viernes, 8 de mayo de 2015

Ficciones: La noche de la hipocresía


Ficciones

La noche de la hipocresía

Por María Julieta Escayola

    No estaba muy segura si el sexo era bueno. De hecho, nunca lo había experimentado. Con una pavura pocas veces vista, un estado nauseabundo la inundaba hasta el punto de perder un poco de conciencia. La gente alrededor que iba y venía, el vestido blanco, el ajuar listo, lo azul, lo viejo, lo prestado y no sabía más. Era un día un tanto fatídico. El corazón galopaba y bien que se dejaba escuchar.

    Había llegado el día y a pesar de las enseñanzas de su madre, las sugerencias de su hermana mayor y algunas recitaciones muy por lo bajo de una amiga a la que siempre se resfriaba del estómago, podía imaginar de qué se trataba esto de la primera experiencia sexual.

    La noche. La ceremonia. La fiesta. El hotel. El hombre. El despojo. Los nervios que calaban hondo y le producían una tensión justo donde no debía. Él se acostó al lado. La miró con dulzura, ella con terror. La respiración se hacía cada vez más rápida. Él le posó una mano en el muslo apenas descubierto de su camisón que estrenaba. Ella soltaba como una especie de rugido fantasmal, y él comenzaba la otra ceremonia, que para un hombre es más importante que la anterior. Ella había perdido el equilibrio.

    Desprendiendo los interminables botones lenta y pausadamente, la fue tocando en la extensa anatomía al tiempo que ella se había quedado bien quieta y esperaba ansiosa al próximo paso de esa masculinidad encarnada en su esposo. Una dureza, un espasmo, un deseo, un dolor. Todo junto y amontonado. El ruido de la cama, el golpeteo. Miraba el adorno de la habitación, que no era otro que una araña con cristales blanquecinos colgando desmayados. Los contemplaba como mirando un punto fijo mientras experimentaba esa febril primera vez. Había esperado mucho tiempo, y se había dado cuenta que podría haber esperado un rato más. La situación no era gran cosa, pero al mismo tiempo intuía que podía mejorar con el tiempo.

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    No estaba muy segura si el sexo era bueno. Lo que sí sabía, y eso sus amigas se lo habían dicho claramente, era que ya estaba grande y tenía que experimentar de una vez por todas. Había perdido el tiempo con sus “represiones” y con que encontrara alguien que hiciera el “trabajo sucio” era suficiente.

    Por eso esa noche, que era la cuarta que salía con el muchachito, se le iba a insinuar. En el sonoro ambiente, con el alcohol a cuestas, le parecía lindo. Se habían cansado de saltar y ahora estaban en los sillones. Primero con los besos de pico, luego con los de lengua, recordó que le habían dicho. Y después al paquete. No se va a resistir, ese es el punto débil del varón. Todos son iguales. Y el trámite será rápido. Una tibieza en lugar del calor, una falta, una droga mal venida, un bombeo inútil, unas manchas de sangre en el auto. A todo esto ni se daba cuenta cómo había llegado allí. Lo último que vio antes de dormirse fue el látex mojado que él tenía en su mano y que lo tiraba por la ventana.

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    El ruido de las ollas en la cocina la despertó. Voces de mujeres que iban y venían la sacaron de la cama rápidamente y bajó las escaleras con prisa para contar su experiencia. Pero de esas cosas no se hablan, se acordó. Tenía algo para decir, y sin embargo, no podía. Se juró que cuando tuviera una hija le explicaría más, sin escatimar detalles, para que se liberaran algunas cuestiones referentes al arte de amar. Son lindos estos roces del cuerpo, estos cosquilleos juguetones. Vamos a seguir por más.

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    Tenía que decir que todo había andado bien, que lo había disfrutado como nadie. Ya no podía quedar como una boluda más. El cuento hasta el final y sosteniendo en forma perpetua que fue la mejor noche de su vida. Y sin embargo, una angustia le caldeaba el alma y el cuerpo le llenaba de fuego. Nunca más, pensó. De mi verdadera sensación nadie se enterará. Inventaré encuentros y noches, días y siestas inolvidables, pero ahí abajo no me toca nadie más.

viernes, 1 de mayo de 2015

Historia: José Martí, el 1° de Mayo de 1886 y los mártires de Chicago


Historia

José Martí, el 1° de Mayo de 1886 y los mártires de Chicago

“¡Hemos perdido una batalla, amigos infelices,
 pero veremos al fin el mundo ordenado conforme
 a la justicia; seamos sagaces como las serpientes
 e inofensivos como las palmas!”

   Arbeiter Zeitung                                                        
Periódico anarquista norteamericano – 1887

Por Juan Jorge Barbero Mendoza

    Durante el mítico bienio estadounidense de 1886-1887 el literato y revolucionario cubano José Martí (1853-1895) se encontraba instalado en aquel país, constituyéndose en testigo presencial de intensas “escenas norteamericanas” que conmovieron su aguda sensibilidad artística y política. Sobre estos sucesos escribe encendidos artículos, que ahora en parte reproduciré, publicados poco después y por primera vez en Buenos Aires, en el mismísimo diario La Nación de Bartolomé Mitre. En estos escritos, Martí no podía ni siquiera vislumbrar que los sucesos allí referidos acabarían siendo el blasón del 1º de Mayo, día internacional de los trabajadores, en clara alusión a los trescientos mil obreros de unos once mil centros de trabajo que respaldaron la acción huelguística del 1º de Mayo de 1886 en distintas ciudades norteamericanas. La iniciativa la tuvo la Federación Americana del Trabajo, cuyo objetivo era conquistar el establecimiento de la jornada de ocho horas de labor; iniciativa ya pergeñada por la FAT en su Convención de 1884 y aprobada como “demanda y reivindicación prioritaria para la clase trabajadora”.

    Pero lo que comenzó, pues, el 1º de Mayo de 1886 y terminó un día morboso de Noviembre de 1887 con la muerte de “los mártires de Chicago”, ya había tenido hondas prefiguraciones en sucesos que Martí así nos relata en un artículo dirigido al “Señor Director de La Nación”, fechado en Nueva York el 25 de Marzo de 1886 y titulado “Las huelgas en los Estados Unidos”: “Hoy, todo es huelga, huelga formidable. Estados enteros hay en huelga: regiones enteras de trabajo, que abarcan dos o tres Estados. De asamblea en asamblea, o sea de gremio en gremio, ha ido extendiéndose la orden de los Caballeros del Trabajo desde su cuna en Filadelfia, por toda la República en las manufacturas del Este primero, luego en las grandes ciudades, después en los ferrocarriles que van al Oeste, al fin entre los campesinos y mineros de los Estados del Pacífico.”

    “Lo que empezaron junto a una mesa de cortar ropa hace veinte años, unos cuantos sastres de brava voluntad, es hoy asociación técnica, organizada como vastísima masonería, por medio de la cual, si en un ferrocarril de Texas despiden a un obrero sin razón, ya están los herreros de Pittsburgh, los zapateros de la Nueva Inglaterra, los cigarreros de Nueva York disponiéndose a ayudar con su cuota a la huelga de los ferrocarriles de Texas, hasta que el obrero despedido sin justicia sea vuelto a su puesto.”

    “La labor continua de los que preparan a los trabajadores para un alzamiento general y pacífico, por el que se venga a una reforma esencial en la condición del trabajo, se revela prematura e inevitablemente por estos grandes movimientos precursores, que estallan de su propia fuerza allí donde son más vivos los abusos que se intenta remediar.”

    “Hace un año por esta misma fecha, sólo había dieciocho mil obreros alzados: este año hay, en estos instantes, fuera de las huelgas menores, más de sesenta mil. Apenas hay un minero trabajando en las regiones de carbón en Pensilvania, Marilandia y Ohio: están desiertas las fábricas de clavos de los Alleghanies: pasan de diez mil los huelguistas de las grandes fundiciones, telares y zapaterías de Massachussets.”

    Luego, una vez realizada la impresionante movilización obrera del 1º de Mayo (coronación de un movimiento social de acentuada injerencia en la dimensión de la propiedad privada capitalista y de la decisión patronal), ocurrieron una serie de hechos confusos de violencia extrema que enturbiaron un panorama ya largamente crítico. Ni lerdas ni perezosas, las fuerzas de choque de la reacción y las fuerzas represivas estatales encontraron buenas excusas para actuar. Según Ricardo Melgar Bao, docente-investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, “la agitación laboral llevó a los sectores monopolistas y a las autoridades gubernamentales a orquestar una respuesta draconiana. Había que restablecer el orden social y la disciplina laboral. El momento propicio se presentó el 4 de Mayo en la ciudad de Chicago. Los Revolucionarios Socialistas, organización anarquista, convocaron a un mitin de protesta en la plaza Haymarket; había que condenar la brutalidad policíaca ejercida contra los obreros de la fábrica McCormick.” Hacia la finalización del mitin estalló una bomba que mató al policía Degas e hirió gravemente a otros cinco, quienes murieron más tarde, además de causar heridas menores a unas cincuenta personas.

    Por otro lado, la orden de los Caballeros del Trabajo continuaba con su metodología de acción directa en el lugar de trabajo. Melgar Bao dice: “Ese mismo día, la Asamblea Polaca de los Caballeros del Trabajo se había movilizado al taller de laminado del norte de Chicago, para clausurarlo como medida de fuerza para presionar a los patrones a conceder la jornada de ocho horas. En su camino fue interceptada por dos compañías del Ejército norteamericano, las que recibieron orden perentoria del mayor George Tracumer de abrir fuego a discreción. Ocho obreros polacos y un alemán cayeron muertos en la refriega.”

    Y, como broche de oro de esta historia (según Martí fraguada por “esas ligas agresivas de los industriales privilegiados por la parcialidad de la ley”), producto de masivos allanamientos en barrios obreros, fueron detenidos ocho militantes anarquistas para ser procesados en un marco evidente de farsa jurídica, acusados de ser los autores del atentado dinamitero de plaza Haymarket. Así, bastardamente, irrumpen en las “escenas norteamericanas” los mártires de Chicago, sonando la hora de la cárcel y el patíbulo. Sus nombres eran: August Spies, Albert Parsons, George Engel, Adolph Fischer, Luis Lingg, Samuel Fielden, Eugen Schwab y Oscar Neebe. Los siete primeros fueron sentenciados a la pena de muerte; Neebe a quince años de prisión. Spies, Parsons, Engel y Fischer murieron en la horca el 11 de Noviembre de 1887; a último momento se les conmutó la pena de muerte por la cadena perpetua a Fielden y a Schwab; Lingg prefirió morir a manos de sí mismo el 10 de Noviembre. Melgar Bao considera que la defensa de los acusados “se convirtió en legítima contraacusación al Estado y a la burguesía norteamericana.”

    Inmediatamente después de la tragedia, Martí siente nuevamente acicateada su aguda sensibilidad artística y política. Escribe un artículo sin fecha, dirigido al “Señor Director de La Nación” y titulado “La guerra social en Chicago”. Comienza diciendo: “Jamás desde la guerra del Sur, desde los días trágicos en que John Brown murió como criminal por intentar solo en Harper´s Ferry lo que como corona de gloria intentó luego la nación precipitada por su bravura, hubo en los Estados Unidos tal clamor e interés alrededor de un cadalso. La República entera ha peleado, con rabia semejante a la del lobo, para que los esfuerzos de abogado benévolo, una niña enamorada de uno de los presos y una mestiza de indio y español, mujer de otro, solas contra el país iracundo, no arrebatasen al cadalso los siete cuerpos humanos que creía esenciales a su mantenimiento. Avergonzados los unos y temerosos de la venganza bárbara los otros, acudieron, ya cuando el carpintero ensamblaba las vigas del cadalso, a pedir merced al gobernador del Estado, anciano flojo rendido a la súplica y a la lisonja de la casta rica que le pedía que, a riesgo de su vida, salvara a la sociedad amenazada.”

    Martí decía del mártir Parsons, escritor en el periódico Alarm y propuesto por sus amigos socialistas para la Presidencia de la República: “...creyendo en la humanidad como en su único Dios, reunía a sus sectarios para levantarles el alma hasta el valor necesario a su defensa. Hablaba a saltos, a latigazos, a cuchilladas; lo llevaba lejos de sí la palabra encendida.”

    Martí decía del mártir Spies, director del periódico Arbeiter Zeitung: “escribía como desde la cámara de la muerte, con cierto frío de huesa; razonaba la anarquía, la pintaba como la entrada deseable a la vida verdaderamente libre; durante siete años explicó sus fundamentos en su periódico diario y luego la necesidad de la revolución, y, por fin, como Parsons en el Alarm, el modo de organizarse para hacerla triunfar.”

    “Leerlo es como poner el pie en el vacío. ¿Qué le pasa al mundo que da vueltas?”

    “Spies seguía sereno, donde la razón más firme siente que le falta el pie. Recorta su estilo como si descascarase un diamante. Cuando Spies arengaba a los obreros, desembarazándose de la levita que llevaba bien, no era hombre lo que hablaba, sino silbo de tempestad, lejano y lúgubre. Era palabra sin carne. Tendía el cuerpo hacia sus oyentes, como un árbol doblado por el huracán; y parecía de veras que un viento helado salía de entre las ramas, y pasaba por sobre la cabeza de los hombres. Cuando la policía acababa de dar muerte a un huelguista en una refriega, lívido subía al carro, la tribuna vacilante de las revoluciones, y con el horrendo incentivo su palabra seca relucía pronto y caldeaba como un carcaj de fuego. Se iba luego solo por las calles sombrías.”

    Pero, al fin y al cabo, qué potencias, limitaciones e intenciones guardaba como trasfondo esta trama? “La lucha por la jornada de ocho horas, dice Ricardo Melgar Bao, giró en torno a una demanda más política que económica en la medida que ella garantizaría no sólo una contención a la sobreexplotación laboral, sino también una palanca para la politización y educación de los trabajadores. La lucha por la jornada de ocho horas era, en cierto sentido, la lucha por el beneficio de un tiempo necesario para el ejercicio de sus derechos, de la reforma social e incluso de la subversión. La vida sindical y política exigía de sus militantes una premisa básica: la disposición de un tiempo marginal permanente que posibilitase su educación, adoctrinamiento, concentración, debate y acción colectiva, y que garantizasen el aprovechamiento del tiempo recuperado, según sus potencialidades culturales, reivindicativas y revolucionarias.”

    ¿Qué unía a dos personajes tan disímiles como José Martí y Bartolomé Mitre? Quizás la participación de ambos en la hermandad internacional de la masonería; quizás el deseo de Mitre de divulgar aspectos sobresalientes de la literatura latinoamericana. Más allá de la causa que sea, este vínculo nos ha permitido contar con el privilegio de piezas periodístico-literarias inigualables, que adelantan una serie de hechos y de personajes con que, muy poco después, la Segunda Internacional dará cuerpo institucional al 1º de Mayo, “Día Internacional de los Trabajadores”. Aquellos sucesos de finales del siglo XIX todavía destilan preguntas y expectativas que, evidentemente, en el siglo XXI no hemos respondido y desarrollado en todos sus términos.   

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FUENTES BIBLIOGRAFICAS

-        “Martí: Antología” (selección de textos, prólogo y notas Susana Cella), Desde la Gente: Ediciones Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, Bs. As., 2002. El texto de José Martí reproducido en este libro, titulado “Las huelgas en los Estados Unidos”, fue publicado en el diario La Nación, Bs. As., el 9 de Mayo de 1886.

-        “Martí y la primera revolución cubana” (selección de textos y prólogo Ernesto Goldar), CEAL: Biblioteca fundamental del hombre moderno, Bs. As., 1971. El texto de José Martí reproducido en este libro, titulado “La guerra social en Chicago”, fue publicado en el diario La Nación, Bs. As., el 1º de Enero de 1888.

-        Melgar Bao, Ricardo: “El movimiento obrero latinoamericano. Historia de una clase subalterna”, Alianza, Madrid, 1988.