Ficciones
La
casa de los gatos
Por Mabel Fernández
< < La margarita parece una flor
simple, pero está compuesta por diferentes partes unidas que la conforma. El
nombre proviene de la palabra anglosajona que significa ojo del día, ya que su
flor se abre por la mañana > >
Margarita comparte un departamento con una
amiga de la facultad, llegó a La Plata, desde
un pueblo del interior.
Desde muy chiquita, todos los fines de año
venía con sus padres a pasar las fiestas, a la casa de la abuela Chela.
Al llegar a la cuidad vivió un tiempo con
su abuela. Los hábitos de la joven,
incomodaban a la dueña de casa, que quería a su Pimpollito, como la llamaba a
Margarita desde siempre, con toda su alma, pero que ya no estaba como para volver
a adaptarse al torbellino que generaba la jovencita, en su aparente tranquilo
hogar.
- Abu, hoy, después de la facu salgo con
las chicas, ¿no te molesta si venimos a
comer una pizza? vos no te preocupes por nada, nosotras la hacemos-… gritaba
Margarita, ya casi saliendo, con el violín colgando de su espalda a modo de
mochila, no dándole a la abuela tiempo de pensar una respuesta.
- Abu, ¡vos que sos una genia! ¿No te
harías unas tostadas para acompañar el mate?
Julián y Valen, vienen por la tarde a tocar… vos tranquila, no vamos a molestarte… Si le decía genia, la abuela no podía
negarse.
- Pimpollito, ¿cuándo vas a dejar el baño en
condiciones?... acaso tu mamá no te
enseñó que después de bañarse, la ropa se levanta del piso…
La abuela
recordaba lo tranquila y bien educada que había sido su nieta de nenita,
pero la adolescencia la había cambiado. También los años habían producidos
cambios en Chela, la viudez, los hijos que ya no viven en la cuidad, y los
cinco nietos varones, que ya no vienen a
visitarla. Poco a poco se había vuelto obsesiva con el orden y la limpieza, sus amigas por diversas
razones se alejaron de ella.
La casa de Chela está a dos cuadras de la
facultad de Bellas Artes, este hecho hacía que los compañeros de su nieta,
entraran y salieran de su casa continuamente, dejando partituras, libros y
bolsos por cualquier lado, para pasarlos a buscar en otro momento.
Es una propiedad muy antigua, que debió ser
muy hermosa en su época cuando recibía los cuidados necesarios. Desde la
vereda, detrás del cerco, se puede ver
un jardín, embaldosado en rojo, con seis canteros hexagonales, distribuidos
simétricamente con una sola variedad de plantas, clivias. A las clivias les gusta la media sombra, por
lo que en este jardín se ven espectaculares, todo el año tienen las hojas verde
oscuro, altas y chatas y en primavera florecen en racimos naranjas, color que
contrasta con el follaje, haciendo que los que pasan por el frente de la casa
se detengan a mirar. Pero no es por esto que es conocida la casa de la abuela.
Los incontables gatos que caminan por las
baldosas rojas, o duermen en grupo cuando un rayito de sol en invierno, pega
cerca de la puerta de un garaje construido a los fondos del jardín, le dan
identidad al lugar, los vecinos llaman a la casa de Chela, la casa de los
gatos.
Para sus amigas y compañeros Margarita es una chica sencilla, simpática y
de buen corazón. Se levanta por las mañanas siempre feliz, tarareando se baña, desayuna y camina hasta Bellas Artes.
Con una sonrisa sincera, saluda a todos, desde los ordenanzas hasta los
profesores y con un beso y un abrazo a las compañeras. Pone tanta energía en sus intentos de superarse en los
estudios, que a medida que llega el atardecer, sus ojos van perdiendo brillo y
su linda cara empalidece.
No tardó mucho tiempo en hacerse de amigas,
todas estudian algún instrumento, por lo que a veces se comunican con sonidos y
gestos acompasados que sólo ellas entienden, característica propia de los alumnos de música.
Los gatunos habitantes del jardín, no
entran a la casa, solo Mimosa, la gata de pelo largo gris, que Chela trata como
a una criatura humana. Mimosa duerme casi todo el día, a la hora de comer, o
cuando requiere cariño, ronronea y se
friega por las piernas de su dueña, consiguiendo la atención pronta de ella.
A Margarita no le llamaban mucho la
atención los gatos. Estaba todo el día
tan ocupada, que nunca almorzaba, ni cenaba con la abuela, llegaba tan cansada
por la noche, que pasaban días sin que pudieran entablar una conversación.
Chela estaba ya acostumbrada a comer solita, y para ella casi que era mejor
así, la nieta era vegetariana y para ella era muy complicado estar pensando que
cosa podía comer o no, para empeorar las cosas, una de las amigas, la chica que
estudiaba percusión, influenciaba sobre la dieta de su nieta. – No comas nada de origen animal - había
escuchado que le decía a Margarita.
Vegana, le dijo Margarita a la abuela,
Valen, es vegana. Chela fue repitiendo
bajito, vegana, vegana, para no olvidarse, llamó por teléfono al papá de su
nieta y le dijo, tu hija quiere ser vegana…
-Mamá, vos seguí tu vida y no te
compliques, son cosas de la juventud, ya se le va a pasar… acordate que a la
edad de ella, yo no quería comer pollo, y mirá ahora no solo me los como, sino
que tengo un criadero…
A Chela no le había aclarado nada la
contestación de su hijo, ella estaba intrigada con esa palabra, vegu, vegu,
vegana, que se le olvidaba a cada momento y no quería preguntarle a las chicas,
porque sentía que las molestaba con ese tipo de temas.
-Abu, hoy me quedo en casa, tengo que
preparar una materia teórica para mañana, así que almorzamos juntas, con una
ensaladita me arreglo.
Chela a las doce en punto, sobre un mantel con
flores rojas en la mesa chica de la
cocina puso la mesa para dos…
Esa misma tarde Margarita se mudó al
departamento de Valen, la abuela le había preparado la ensaladita de tomates,
espinaca y cebolla. Chela se sirvió carne al horno con papas, la miró a la
nieta y le dijo sonriente: -Pimpollito, ¿quién no confunde gato por liebre?