Ficciones
La noche de la
hipocresía
Por María
Julieta Escayola
No estaba muy segura si el sexo era bueno.
De hecho, nunca lo había experimentado. Con una pavura pocas veces vista, un
estado nauseabundo la inundaba hasta el punto de perder un poco de conciencia.
La gente alrededor que iba y venía, el vestido blanco, el ajuar listo, lo azul,
lo viejo, lo prestado y no sabía más. Era un día un tanto fatídico. El corazón
galopaba y bien que se dejaba escuchar.
Había llegado el día y a pesar de las enseñanzas
de su madre, las sugerencias de su hermana mayor y algunas recitaciones muy por
lo bajo de una amiga a la que siempre se resfriaba del estómago, podía imaginar
de qué se trataba esto de la primera experiencia sexual.
La noche. La ceremonia. La fiesta. El
hotel. El hombre. El despojo. Los nervios que calaban hondo y le producían una
tensión justo donde no debía. Él se acostó al lado. La miró con dulzura, ella
con terror. La respiración se hacía cada vez más rápida. Él le posó una mano en
el muslo apenas descubierto de su camisón que estrenaba. Ella soltaba como una
especie de rugido fantasmal, y él comenzaba la otra ceremonia, que para un
hombre es más importante que la anterior. Ella había perdido el equilibrio.
Desprendiendo los interminables botones
lenta y pausadamente, la fue tocando en la extensa anatomía al tiempo que ella
se había quedado bien quieta y esperaba ansiosa al próximo paso de esa
masculinidad encarnada en su esposo. Una dureza, un espasmo, un deseo, un
dolor. Todo junto y amontonado. El ruido de la cama, el golpeteo. Miraba el
adorno de la habitación, que no era otro que una araña con cristales
blanquecinos colgando desmayados. Los contemplaba como mirando un punto fijo
mientras experimentaba esa febril primera vez. Había esperado mucho tiempo, y
se había dado cuenta que podría haber esperado un rato más. La situación no era
gran cosa, pero al mismo tiempo intuía que podía mejorar con el tiempo.
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No estaba muy segura si el sexo era bueno.
Lo que sí sabía, y eso sus amigas se lo habían dicho claramente, era que ya
estaba grande y tenía que experimentar de una vez por todas. Había perdido el
tiempo con sus “represiones” y con que encontrara alguien que hiciera el
“trabajo sucio” era suficiente.
Por eso esa noche, que era la cuarta que
salía con el muchachito, se le iba a insinuar. En el sonoro ambiente, con el
alcohol a cuestas, le parecía lindo. Se habían cansado de saltar y ahora
estaban en los sillones. Primero con los besos de pico, luego con los de
lengua, recordó que le habían dicho. Y después al paquete. No se va a resistir,
ese es el punto débil del varón. Todos son iguales. Y el trámite será rápido.
Una tibieza en lugar del calor, una falta, una droga mal venida, un bombeo
inútil, unas manchas de sangre en el auto. A todo esto ni se daba cuenta cómo
había llegado allí. Lo último que vio antes de dormirse fue el látex mojado que
él tenía en su mano y que lo tiraba por la ventana.
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El ruido de las ollas en la cocina la
despertó. Voces de mujeres que iban y venían la sacaron de la cama rápidamente
y bajó las escaleras con prisa para contar su experiencia. Pero de esas cosas
no se hablan, se acordó. Tenía algo para decir, y sin embargo, no podía. Se
juró que cuando tuviera una hija le explicaría más, sin escatimar detalles,
para que se liberaran algunas cuestiones referentes al arte de amar. Son lindos
estos roces del cuerpo, estos cosquilleos juguetones. Vamos a seguir por más.
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Tenía que
decir que todo había andado bien, que lo había disfrutado como nadie. Ya no
podía quedar como una boluda más. El cuento hasta el final y sosteniendo en
forma perpetua que fue la mejor noche de su vida. Y sin embargo, una angustia
le caldeaba el alma y el cuerpo le llenaba de fuego. Nunca más, pensó. De mi
verdadera sensación nadie se enterará. Inventaré encuentros y noches, días y
siestas inolvidables, pero ahí abajo no me toca nadie más.
Acá compartimos tu cuento con Mirta. Ambas opinamos que hay un alto porcentaje de realidad. La realidad supera la ficción, sin embargo, las segundas y terceras oportunidades despiertan la curiosidad del varón atento y aprender de a dos resulta delicioso.
ResponderEliminarEl cuento: magnífico.
Coincido plenamente! es de a dos y sin prisa ni pausa
EliminarMe encantan tus comentarios!! Besos