Historia
José
Martí, el 1° de Mayo de 1886 y los mártires de Chicago
“¡Hemos
perdido una batalla, amigos infelices,
pero veremos al fin el mundo ordenado conformea la justicia; seamos sagaces como las serpientes
e inofensivos como las palmas!”
Arbeiter Zeitung
Periódico anarquista norteamericano – 1887
Por Juan Jorge Barbero Mendoza
Durante el
mítico bienio estadounidense de 1886-1887 el literato y revolucionario cubano
José Martí (1853-1895) se encontraba instalado en aquel país, constituyéndose
en testigo presencial de intensas “escenas norteamericanas” que conmovieron su
aguda sensibilidad artística y política. Sobre estos sucesos escribe encendidos
artículos, que ahora en parte reproduciré, publicados poco después y por
primera vez en Buenos Aires, en el mismísimo diario La Nación de Bartolomé Mitre.
En estos escritos, Martí no podía ni siquiera vislumbrar que los sucesos allí
referidos acabarían siendo el blasón del 1º de Mayo, día internacional de los
trabajadores, en clara alusión a los trescientos mil obreros de unos once mil
centros de trabajo que respaldaron la acción huelguística del 1º de Mayo de
1886 en distintas ciudades norteamericanas. La iniciativa la tuvo la Federación Americana
del Trabajo, cuyo objetivo era conquistar el establecimiento de la jornada de
ocho horas de labor; iniciativa ya pergeñada por la FAT en su Convención de 1884 y
aprobada como “demanda y reivindicación prioritaria para la clase trabajadora”.
Pero lo que
comenzó, pues, el 1º de Mayo de 1886 y terminó un día morboso de Noviembre de
1887 con la muerte de “los mártires de Chicago”, ya había tenido hondas
prefiguraciones en sucesos que Martí así nos relata en un artículo dirigido al
“Señor Director de La Nación ”, fechado en Nueva York el 25 de Marzo de
1886 y titulado “Las huelgas en los Estados Unidos”: “Hoy, todo es huelga,
huelga formidable. Estados enteros hay en huelga: regiones enteras de trabajo,
que abarcan dos o tres Estados. De asamblea en asamblea, o sea de gremio en
gremio, ha ido extendiéndose la orden de los Caballeros del Trabajo desde su
cuna en Filadelfia, por toda la
República en las manufacturas del Este primero, luego en las
grandes ciudades, después en los ferrocarriles que van al Oeste, al fin entre
los campesinos y mineros de los Estados del Pacífico.”
“Lo que
empezaron junto a una mesa de cortar ropa hace veinte años, unos cuantos
sastres de brava voluntad, es hoy asociación técnica, organizada como vastísima
masonería, por medio de la cual, si en un ferrocarril de Texas despiden a un
obrero sin razón, ya están los herreros de Pittsburgh, los zapateros de la Nueva Inglaterra ,
los cigarreros de Nueva York disponiéndose a ayudar con su cuota a la huelga de
los ferrocarriles de Texas, hasta que el obrero despedido sin justicia sea
vuelto a su puesto.”
“La labor
continua de los que preparan a los trabajadores para un alzamiento general y
pacífico, por el que se venga a una reforma esencial en la condición del
trabajo, se revela prematura e inevitablemente por estos grandes movimientos
precursores, que estallan de su propia fuerza allí donde son más vivos los
abusos que se intenta remediar.”
“Hace un año
por esta misma fecha, sólo había dieciocho mil obreros alzados: este año hay,
en estos instantes, fuera de las huelgas menores, más de sesenta mil. Apenas
hay un minero trabajando en las regiones de carbón en Pensilvania, Marilandia y
Ohio: están desiertas las fábricas de clavos de los Alleghanies: pasan de diez
mil los huelguistas de las grandes fundiciones, telares y zapaterías de
Massachussets.”
Luego, una
vez realizada la impresionante movilización obrera del 1º de Mayo (coronación
de un movimiento social de acentuada injerencia en la dimensión de la propiedad
privada capitalista y de la decisión patronal), ocurrieron una serie de hechos
confusos de violencia extrema que enturbiaron un panorama ya largamente
crítico. Ni lerdas ni perezosas, las fuerzas de choque de la reacción y las
fuerzas represivas estatales encontraron buenas excusas para actuar. Según
Ricardo Melgar Bao, docente-investigador del Instituto Nacional de Antropología
e Historia de México, “la agitación laboral llevó a los sectores
monopolistas y a las autoridades gubernamentales a orquestar una respuesta
draconiana. Había que restablecer el orden social y la disciplina laboral. El
momento propicio se presentó el 4 de Mayo en la ciudad de Chicago. Los
Revolucionarios Socialistas, organización anarquista, convocaron a un mitin de
protesta en la plaza Haymarket; había que condenar la brutalidad policíaca
ejercida contra los obreros de la fábrica McCormick.” Hacia la finalización
del mitin estalló una bomba que mató al policía Degas e hirió gravemente a
otros cinco, quienes murieron más tarde, además de causar heridas menores a
unas cincuenta personas.
Por otro
lado, la orden de los Caballeros del Trabajo continuaba con su metodología de
acción directa en el lugar de trabajo. Melgar Bao dice: “Ese mismo día, la Asamblea Polaca de
los Caballeros del Trabajo se había movilizado al taller de laminado del norte
de Chicago, para clausurarlo como medida de fuerza para presionar a los
patrones a conceder la jornada de ocho horas. En su camino fue interceptada por
dos compañías del Ejército norteamericano, las que recibieron orden perentoria
del mayor George Tracumer de abrir fuego a discreción. Ocho obreros polacos y
un alemán cayeron muertos en la refriega.”
Y, como
broche de oro de esta historia (según Martí fraguada por “esas ligas agresivas de los
industriales privilegiados por la parcialidad de la ley”), producto
de masivos allanamientos en barrios obreros, fueron detenidos ocho militantes
anarquistas para ser procesados en un marco evidente de farsa jurídica, acusados
de ser los autores del atentado dinamitero de plaza Haymarket. Así, bastardamente,
irrumpen en las “escenas norteamericanas” los mártires de Chicago, sonando la
hora de la cárcel y el patíbulo. Sus nombres eran: August Spies, Albert
Parsons, George Engel, Adolph Fischer, Luis Lingg, Samuel Fielden, Eugen Schwab
y Oscar Neebe. Los siete primeros fueron sentenciados a la pena de muerte;
Neebe a quince años de prisión. Spies, Parsons, Engel y Fischer murieron en la
horca el 11 de Noviembre de 1887; a último momento se les conmutó la pena de
muerte por la cadena perpetua a Fielden y a Schwab; Lingg prefirió morir a
manos de sí mismo el 10 de Noviembre. Melgar Bao considera que la defensa de
los acusados “se convirtió en legítima contraacusación al Estado y a la
burguesía norteamericana.”
Inmediatamente
después de la tragedia, Martí siente nuevamente acicateada su aguda
sensibilidad artística y política. Escribe un artículo sin fecha, dirigido al
“Señor Director de La Nación ” y titulado “La guerra social en Chicago”.
Comienza diciendo: “Jamás desde la guerra del Sur, desde los días trágicos
en que John Brown murió como criminal por intentar solo en Harper´s Ferry lo
que como corona de gloria intentó luego la nación precipitada por su bravura,
hubo en los Estados Unidos tal clamor e interés alrededor de un cadalso. La República entera ha
peleado, con rabia semejante a la del lobo, para que los esfuerzos de abogado
benévolo, una niña enamorada de uno de los presos y una mestiza de indio y
español, mujer de otro, solas contra el país iracundo, no arrebatasen al
cadalso los siete cuerpos humanos que creía esenciales a su mantenimiento.
Avergonzados los unos y temerosos de la venganza bárbara los otros, acudieron,
ya cuando el carpintero ensamblaba las vigas del cadalso, a pedir merced al
gobernador del Estado, anciano flojo rendido a la súplica y a la lisonja de la
casta rica que le pedía que, a riesgo de su vida, salvara a la sociedad
amenazada.”
Martí decía
del mártir Parsons, escritor en el periódico Alarm y propuesto por sus
amigos socialistas para la
Presidencia de la República : “...creyendo en la humanidad como
en su único Dios, reunía a sus sectarios para levantarles el alma hasta el
valor necesario a su defensa. Hablaba a saltos, a latigazos, a cuchilladas; lo
llevaba lejos de sí la palabra encendida.”
Martí decía
del mártir Spies, director del periódico Arbeiter Zeitung: “escribía
como desde la cámara de la muerte, con cierto frío de huesa; razonaba la
anarquía, la pintaba como la entrada deseable a la vida verdaderamente libre;
durante siete años explicó sus fundamentos en su periódico diario y luego la
necesidad de la revolución, y, por fin, como Parsons en el Alarm, el
modo de organizarse para hacerla triunfar.”
“Leerlo es
como poner el pie en el vacío. ¿Qué le pasa al mundo que da vueltas?”
“Spies
seguía sereno, donde la razón más firme siente que le falta el pie. Recorta su
estilo como si descascarase un diamante. Cuando Spies arengaba a los obreros,
desembarazándose de la levita que llevaba bien, no era hombre lo que hablaba,
sino silbo de tempestad, lejano y lúgubre. Era palabra sin carne. Tendía el
cuerpo hacia sus oyentes, como un árbol doblado por el huracán; y parecía de
veras que un viento helado salía de entre las ramas, y pasaba por sobre la cabeza
de los hombres. Cuando la policía acababa de dar muerte a un huelguista en una
refriega, lívido subía al carro, la tribuna vacilante de las revoluciones, y
con el horrendo incentivo su palabra seca relucía pronto y caldeaba como un
carcaj de fuego. Se iba luego solo por las calles sombrías.”
Pero, al fin
y al cabo, qué potencias, limitaciones e intenciones guardaba como trasfondo
esta trama? “La lucha por la jornada de ocho horas, dice Ricardo Melgar Bao,
giró en torno a una demanda más política que económica en la medida que ella
garantizaría no sólo una contención a la sobreexplotación laboral, sino también
una palanca para la politización y educación de los trabajadores. La lucha por
la jornada de ocho horas era, en cierto sentido, la lucha por el beneficio de
un tiempo necesario para el ejercicio de sus derechos, de la reforma
social e incluso de la subversión. La vida sindical y política exigía de sus
militantes una premisa básica: la disposición de un tiempo marginal permanente
que posibilitase su educación, adoctrinamiento, concentración, debate y acción
colectiva, y que garantizasen el aprovechamiento del tiempo recuperado,
según sus potencialidades culturales, reivindicativas y revolucionarias.”
¿Qué unía a dos personajes tan disímiles
como José Martí y Bartolomé Mitre? Quizás la participación de ambos en la
hermandad internacional de la masonería; quizás el deseo de Mitre de divulgar
aspectos sobresalientes de la literatura latinoamericana. Más allá de la causa
que sea, este vínculo nos ha permitido contar con el privilegio de piezas periodístico-literarias
inigualables, que adelantan una serie de hechos y de personajes con que, muy
poco después, la Segunda Internacional dará cuerpo institucional al 1º de Mayo,
“Día Internacional de los Trabajadores”. Aquellos sucesos de finales del siglo
XIX todavía destilan preguntas y expectativas que, evidentemente, en el siglo
XXI no hemos respondido y desarrollado en todos sus términos.
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FUENTES BIBLIOGRAFICAS
-
“Martí:
Antología”
(selección de textos, prólogo y notas Susana Cella), Desde la Gente : Ediciones Instituto
Movilizador de Fondos Cooperativos, Bs. As., 2002. El texto de José Martí reproducido
en este libro, titulado “Las huelgas en los Estados Unidos”, fue publicado en
el diario La Nación ,
Bs. As., el 9 de Mayo de 1886.
-
“Martí y la
primera revolución cubana” (selección de textos y prólogo Ernesto Goldar), CEAL: Biblioteca
fundamental del hombre moderno, Bs. As., 1971. El texto de José Martí
reproducido en este libro, titulado “La guerra social en Chicago”, fue
publicado en el diario La
Nación , Bs. As., el 1º de Enero de 1888.
-
Melgar Bao, Ricardo: “El movimiento obrero latinoamericano. Historia
de una clase subalterna”, Alianza, Madrid, 1988.
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