lunes, 2 de marzo de 2015

Ficciones: Espacio interior, espacio físico


Ficciones

Espacio interior, espacio físico

Por Mabel Fernández

 

    -Es hora de ir a la cama– anunciaba la madre. Clarita Burghardt, la menor de cinco hermanos esperaba cada noche con placer ese momento, tenía cinco años aunque parecía más chica, aparentaba no tener mucho carácter, o simplemente quedaba opacada por su condición de ser la pequeña. No le gustaba que la peinaran, pero no protestaba cuando por las mañanas, su abuela Gensérica le trenzaba el pelo con tanta tensión que le provocaba dolor de cabeza,  sabía que de a poco, los moños que sujetaban las trenzas, se deslizarían por su cabello lacio…

    Debido a la escasez de recursos económicos de los Burghardt, Clarita debía vestir con la ropa y calzado de sus hermanas que al cambiar de talle iban dejando. El camisón blanco con puntillas lo había estrenado ella, su abuela  lo había confeccionado para Clarita, y era por lejos su prenda preferida.

    A la hora de comer, sobre su silla, colocaban un almohadón para  que la chiquita llegue a la altura de la mesa, con tanta mala suerte, que por lo general, lo manchaba con algún bocado que  se desprendía de su cubierto, la inspección del almohadón al término de las comidas y el comentario socarrón que debía soportar por parte de algún miembro de la familia era parte de la rutina, para esto, como mecanismo de defensa, la nena simplemente miraba fijamente un cuadro que colgaba torcido en la pared del comedor y por un momento se provocaba una sordera salvadora para su espíritu…

    -Es hora de ir a la cama… Clarita Burghardt corría al dormitorio que compartía con dos de sus hermanas, levantaba los brazos y dejaba caer por su cuerpito el camisón, se acomodaba en su camita y esperaba que la casa quedara silenciosa y oscura.

    Una niña sonriente y fantasiosa con pocas ganas de dormir, ocupaba su lecho, como en un escenario teatral iban haciendo sus entradas distintos personajes que exageradamente, exaltaban sus virtudes personales, algunos, eran miembros de la familia Burghardt y otros que ella creaba imaginariamente.

    Interactuaba con cada uno, cambiando algunas escenas vividas en el día   -hoy llevaré el cabello suelto abuelita-.

    A esas horas de la noche, en lo profundo de sí misma, para sentirse valiosa, Clarita imaginaba que era la única e imprescindible en el universo, se sentía complacida de sí misma, los demás sólo tenían vida en el momento que ocupaban su mismo espacio físico.

    Para ella, las personas cobraban vida cuando estaban con ella, fuera del alcance de su vista no existían, hasta que sucediera un nuevo encuentro con Clarita.

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