Ficciones
Espacio interior, espacio físico
Por Mabel
Fernández
-Es hora de ir a la cama–
anunciaba la madre. Clarita Burghardt, la menor de cinco hermanos esperaba cada
noche con placer ese momento, tenía cinco años aunque parecía más chica,
aparentaba no tener mucho carácter, o simplemente quedaba opacada por su
condición de ser la pequeña. No le gustaba que la peinaran, pero no protestaba
cuando por las mañanas, su abuela Gensérica le trenzaba el pelo con tanta
tensión que le provocaba dolor de cabeza,
sabía que de a poco, los moños que sujetaban las trenzas, se deslizarían
por su cabello lacio…
Debido a la escasez de
recursos económicos de los Burghardt, Clarita debía vestir con la ropa y
calzado de sus hermanas que al cambiar de talle iban dejando. El camisón blanco
con puntillas lo había estrenado ella, su abuela lo había confeccionado para Clarita, y era
por lejos su prenda preferida.
A la hora de comer, sobre su
silla, colocaban un almohadón para que
la chiquita llegue a la altura de la mesa, con tanta mala suerte, que por lo
general, lo manchaba con algún bocado que
se desprendía de su cubierto, la inspección del almohadón al término de
las comidas y el comentario socarrón que debía soportar por parte de algún
miembro de la familia era parte de la rutina, para esto, como mecanismo de
defensa, la nena simplemente miraba fijamente un cuadro que colgaba torcido en
la pared del comedor y por un momento se provocaba una sordera salvadora para
su espíritu…
-Es hora de ir a la cama…
Clarita Burghardt corría al dormitorio que compartía con dos de sus hermanas,
levantaba los brazos y dejaba caer por su cuerpito el camisón, se acomodaba en
su camita y esperaba que la casa quedara silenciosa y oscura.
Una niña sonriente y fantasiosa
con pocas ganas de dormir, ocupaba su lecho, como en un escenario teatral iban
haciendo sus entradas distintos personajes que exageradamente, exaltaban sus
virtudes personales, algunos, eran miembros de la familia Burghardt y otros que
ella creaba imaginariamente.
Interactuaba con cada uno,
cambiando algunas escenas vividas en el día
-hoy llevaré el cabello suelto abuelita-.
A esas horas de la noche, en
lo profundo de sí misma, para sentirse valiosa, Clarita imaginaba que era la
única e imprescindible en el universo, se sentía complacida de sí misma, los
demás sólo tenían vida en el momento que ocupaban su mismo espacio físico.
Para ella, las personas
cobraban vida cuando estaban con ella, fuera del alcance de su vista no
existían, hasta que sucediera un nuevo encuentro con Clarita.
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