sábado, 14 de marzo de 2015

Ficciones: Un hombre gris


Ficciones

Un hombre gris

Por Julia Volonté

    Cuando despertó la mañana de ese siete de septiembre Antonio Ponce no intuía el desenlace.

    Martita le preparó el café, como siempre. Y lo miró comer las tostadas que ella untaba con manteca.

    Luego de despedir a su señora con un beso. Antonio Ponce, enfrentó la calle. Con el diario bajo el brazo. Henchido el pecho. Entró en la oficina esa mañana. El suplemento deportivo en su mano derecha. Y la sonrisa inconfundible del “dale boca” en los labios.

    Cotidiana avanzaba, la mañana. Cuando en una esquina imperceptible de la duda. Problemático, se detuvo el pensamiento.

    Y las preguntas cayeron de los ojos. Que empezaron a ver. Más allá de las tostadas.

    Acaso alguna vez… ¿alguna incertidumbre gestó siquiera una certeza? ¿Acaso la respuesta traspasó el umbral? Ese, que separa lo que es, de lo que podría haber sido. Ese que divide la vida entre un vivir muriendo, de un morir viviendo. ¿Acaso alguna vez…? ¿Le dijo? ¿Escuchó? Tan sólo siquiera. ¿Escuchó su silencio?

    Sólo eran, acaso. Un hombre gris. Con preguntas grises. Que grismente mira a. Una gris mujer. Con respuestas grises.

    Por eso al ir volviendo. Antonio Ponce del trabajo. Pasó por el bar. Y se tomó un tinto con el Negro. Pensando en Barijho. Y el gol de anoche. Que quedó en un ocaso. Cuando Antonio Ponce abrió la puerta. De su casa y vio. Sentada a la señora de Ponce. En la mesa donde a la mañana había desayunado. Café con tostadas. Que Martita había untado con manteca. Antes de escucharse las respuestas. Que ya no eran grises. De todos los colores flotaban. En el aire enrarecido. De ese siete de septiembre. Con los ojos cerrados. Al ocaso. Y la cabeza. Encima de la mesa sin palabras. En el largo silencio. Vio Antonio Ponce a su mujer, Martita de Ponce. Muerta.

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