Ficciones
Un
hombre gris
Por Julia Volonté
Cuando
despertó la mañana de ese siete de septiembre Antonio Ponce no intuía el
desenlace.
Martita le
preparó el café, como siempre. Y lo miró comer las tostadas que ella untaba con
manteca.
Luego de despedir
a su señora con un beso. Antonio Ponce, enfrentó la calle. Con el diario bajo
el brazo. Henchido el pecho. Entró en la oficina esa mañana. El suplemento
deportivo en su mano derecha. Y la sonrisa inconfundible del “dale boca” en los
labios.
Cotidiana
avanzaba, la mañana. Cuando en una esquina imperceptible de la duda.
Problemático, se detuvo el pensamiento.
Y las
preguntas cayeron de los ojos. Que empezaron a ver. Más allá de las tostadas.
Acaso alguna
vez… ¿alguna incertidumbre gestó siquiera una certeza? ¿Acaso la respuesta
traspasó el umbral? Ese, que separa lo que es, de lo que podría haber sido. Ese
que divide la vida entre un vivir muriendo, de un morir viviendo. ¿Acaso alguna
vez…? ¿Le dijo? ¿Escuchó? Tan sólo siquiera. ¿Escuchó su silencio?
Sólo eran,
acaso. Un hombre gris. Con preguntas grises. Que grismente mira a. Una gris
mujer. Con respuestas grises.
Por eso al
ir volviendo. Antonio Ponce del trabajo. Pasó por el bar. Y se tomó un tinto
con el Negro. Pensando en Barijho. Y el gol de anoche. Que quedó en un ocaso.
Cuando Antonio Ponce abrió la puerta. De su casa y vio. Sentada a la señora de
Ponce. En la mesa donde a la mañana había desayunado. Café con tostadas. Que
Martita había untado con manteca. Antes de escucharse las respuestas. Que ya no
eran grises. De todos los colores flotaban. En el aire enrarecido. De ese siete
de septiembre. Con los ojos cerrados. Al ocaso. Y la cabeza. Encima de la mesa
sin palabras. En el largo silencio. Vio Antonio Ponce a su mujer, Martita de
Ponce. Muerta.
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