domingo, 26 de abril de 2015

Ficciones: Fantasía en rojo tango


Ficciones

Fantasía en rojo tango

Por Nilda Di Battista

(Para Marcelino y Florencia)

    Caminaba por la ancha avenida el poeta-actor-bailarín de tango… sus pies se movían al ritmo de un ritmo imaginario, las manos en los bolsillos y el funghi sombreándole el rostro impenetrable… las luces del semáforo repetían eternamente las tres luces rojas…

    Sólo un pensamiento ocupaba su mente: esta noche había perdido a su compañera de baile y debía urgentemente decidir quién la suplantaría… y no sabía adónde buscarla…

    Las luces de la gran avenida, rítmicas como una melodía alargaban su sombra: hacia adelante, a sus pies y hacia atrás… hacia adelante, a sus pies y hacia atrás… este movimiento lo hipnotizaba… y sus pensamientos tenían el mismo repetido acorde…     

    Iluminada como una fiesta, la vidriera de un negocio, lo atrajo como un imán: allí sobre roja alfombra, tendida sobre rojo banco vio la figura femenina, con rojo vestido de encaje, que apenas cubría su cuerpo abandonado al azar.     

    Golpeó repetidamente el vidrio que lo separaba de la figura, tratando de llamar su atención, pero no hubo respuesta… no podía abandonar el lugar sin intentar acercarse…  

    La puerta de entrada estaba sin llave, lo que le permitió entrar sin dificultad… una música conocida lo recibió… de alguna parte surgía esa melodía que repetía sin cesar y sin pausa los acordes de Adiós Nonino y de Balada para un loco... 

    Le pareció vislumbrar en el fondo del negocio, sentados en rojas banquetas alrededor de una roja mesa, las figuras de Piazzola y Amelita Baltar y más atrás al Polaco conversando con Adriana Varela, pero supuso que eran producto de su cansancio y su preocupación.  

    Trepó a la vidriera y tocó el hombro de la muchacha: no hubo ninguna reacción… la cargó en sus brazos, girando al compás de la música y sólo logró que la cabeza de ella se deslizara hacia atrás, librando al rostro de la tupida cabellera negra…

    Intentó pararla temblorosamente sobre sus rojos zapatos, logrando que permaneciera de pie, en actitud desarticulada de marioneta rota…  

    Al borde de la desesperación se volvió sobre sí, iniciando un interminable baile de dos por cuatro, creando imágenes de danza perfectas, realizando piruetas nunca pensadas, entregando todo su saber en pos de darle vida y movimiento al germen de mujer que permanecía estática, lejana, ajena a toda su pasión…

    ¿No habría algún Gepetto, algún hada madrina, alguna diosa pagana, que insuflara vida?...  

    La roja camisa, debajo de su traje negro, mojada por el sudor, parecía una herida sangrante abierta a destajo en su pecho trémulo…

    Cayó agotado sobre el rojo banco y su cabeza cayó pesadamente sobre sus brazos… un sopor y un cansancio infinito lo invadieron y el sueño liberador cerró sus ojos…

    Sintió en su nuca un aliento fresco y vital.

    Ya antes de levantarse y girar su cabeza, sabía que el milagro se había realizado… se incorporó lentamente y vio las manos de ella extenderse para comenzar un abrazo, preludio del tango…

    No hubo palabras, sólo aquella danza grave y armoniosa que los unió sin mirarse…

    Cesó la música y con el último acorde, como tocada por un rayo, su compañera se desplomó sobre el asiento, con la misma postura desarticulada e inerme, como una muñeca de trapo…

    Bajó de la vidriera y salió… en el fondo del local, Amelita entonaba las estrofas de un tango… “ya sé que estoy piantaau, piantau, piantu…” sentada en la roja silla alrededor de la roja mesa…  

    El fresco de la noche le dio vitalidad, lentamente, ensayando algunos pasos de tango, comenzó a caminar por la solitaria avenida…

    Las luces de los faroles proyectaban su sombra, única compañía, hacia adelante, hacia sus pies, hacia atrás, hacia adelante, hacia sus pies, hacia atrás…

    Miró al horizonte: un rojo sol comenzaba a elevarse en la roja mañana.

    Extendió sus manos hacia el horizonte, como buscando la luz, y sonrió…

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