Ficciones
Fantasía
en rojo tango
Por Nilda Di Battista
(Para Marcelino y
Florencia)
Caminaba por
la ancha avenida el poeta-actor-bailarín de tango… sus pies se movían al ritmo
de un ritmo imaginario, las manos en los bolsillos y el funghi sombreándole el
rostro impenetrable… las luces del semáforo repetían eternamente las tres luces
rojas…
Sólo un
pensamiento ocupaba su mente: esta noche había perdido a su compañera de baile
y debía urgentemente decidir quién la suplantaría… y no sabía adónde buscarla…
Las luces de
la gran avenida, rítmicas como una melodía alargaban su sombra: hacia adelante,
a sus pies y hacia atrás… hacia adelante, a sus pies y hacia atrás… este
movimiento lo hipnotizaba… y sus pensamientos tenían el mismo repetido
acorde…
Iluminada
como una fiesta, la vidriera de un negocio, lo atrajo como un imán: allí sobre
roja alfombra, tendida sobre rojo banco vio la figura femenina, con rojo
vestido de encaje, que apenas cubría su cuerpo abandonado al azar.
Golpeó repetidamente
el vidrio que lo separaba de la figura, tratando de llamar su atención, pero no
hubo respuesta… no podía abandonar el lugar sin intentar acercarse…
La puerta de
entrada estaba sin llave, lo que le permitió entrar sin dificultad… una música conocida
lo recibió… de alguna parte surgía esa melodía que repetía sin cesar y sin
pausa los acordes de Adiós Nonino y de Balada para un loco...
Le pareció
vislumbrar en el fondo del negocio, sentados en rojas banquetas alrededor de
una roja mesa, las figuras de Piazzola y Amelita Baltar y más atrás al Polaco
conversando con Adriana Varela, pero supuso que eran producto de su cansancio y
su preocupación.
Trepó a la
vidriera y tocó el hombro de la muchacha: no hubo ninguna reacción… la cargó en
sus brazos, girando al compás de la música y sólo logró que la cabeza de ella
se deslizara hacia atrás, librando al rostro de la tupida cabellera negra…
Intentó
pararla temblorosamente sobre sus rojos zapatos, logrando que permaneciera de
pie, en actitud desarticulada de marioneta rota…
Al borde de
la desesperación se volvió sobre sí, iniciando un interminable baile de dos por
cuatro, creando imágenes de danza perfectas, realizando piruetas nunca
pensadas, entregando todo su saber en pos de darle vida y movimiento al germen
de mujer que permanecía estática, lejana, ajena a toda su pasión…
¿No habría
algún Gepetto, algún hada madrina, alguna diosa pagana, que insuflara vida?...
La roja
camisa, debajo de su traje negro, mojada por el sudor, parecía una herida
sangrante abierta a destajo en su pecho trémulo…
Cayó agotado
sobre el rojo banco y su cabeza cayó pesadamente sobre sus brazos… un sopor y
un cansancio infinito lo invadieron y el sueño liberador cerró sus ojos…
Sintió en su
nuca un aliento fresco y vital.
Ya antes de
levantarse y girar su cabeza, sabía que el milagro se había realizado… se
incorporó lentamente y vio las manos de ella extenderse para comenzar un
abrazo, preludio del tango…
No hubo
palabras, sólo aquella danza grave y armoniosa que los unió sin mirarse…
Cesó la
música y con el último acorde, como tocada por un rayo, su compañera se
desplomó sobre el asiento, con la misma postura desarticulada e inerme, como
una muñeca de trapo…
Bajó de la
vidriera y salió… en el fondo del local, Amelita entonaba las estrofas de un
tango… “ya sé que estoy piantaau,
piantau, piantu…” sentada en la roja silla alrededor de la roja mesa…
El fresco de
la noche le dio vitalidad, lentamente, ensayando algunos pasos de tango,
comenzó a caminar por la solitaria avenida…
Las luces de
los faroles proyectaban su sombra, única compañía, hacia adelante, hacia sus
pies, hacia atrás, hacia adelante, hacia sus pies, hacia atrás…
Miró al
horizonte: un rojo sol comenzaba a elevarse en la roja mañana.
Extendió sus
manos hacia el horizonte, como buscando la luz, y sonrió…
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