martes, 24 de junio de 2014

Ficciones: La Valija


Ficciones

La Valija

…a mis primas y nuestros recuerdos

Por Julia Volonté

    ¿Cómo olvidarla? ¿Cómo no recordar aquel día frío de agosto cuando llegó a casa? Con su tapado verde con los botones grandes del mismo color y el cuello puntudo, como se usaba en la época. Lo cierto es que venía de paso. La Tuta Mandagarán era conocida de mi vieja y como era costumbre heredada de mis abuelos y de los abuelos de mis abuelos quizás, mi casa estaba abierta a todos los que pasaran de visita. A quienes se les daba hospedaje, si la ocasión lo ameritaba.

    Resulta que la Tuta venía siguiendo a El Hombre que había conocido una noche en Mumbo Yumbo, la boite de Tapalqué, que en esos tiempos era el lugar de “esparcimiento” de las muchachas y muchachos. Allí había ido con las chicas de Delos Heros, con quienes compartía la edad de merecer y las salidas. El Hombre en cuestión era chofer del Tirsa que hacía la ruta Mar del Plata-Rosario. Entre la llama de los besos de aquella noche, él le prometió que volverían a verse a la semana cuando pasara por Tapalqué camino a Rosario. La Tuta sin dudar a la semana se paró en la ruta a esperar el paso del Tirsa y a El Hombre que lo manejaba. A las dos horas apareció en el horizonte el ómnibus, y el Ruben, como se llamaba, que la hizo cebar mate los 386 kilómetros que separaban Tapalqué de San Nicolás donde la depositó porque tenía conocidos. De los fogosos arrumacos de aquella noche olvidada en Mumbo Yumbo, poco quedaba, ni cenizas. Así fue como llegó a casa, con la promesa de El Hombre que en tres días cuando hacía el recorrido inverso la llevaba a Tapalqué. En esos tres días podían encontrarse y reavivar la llama. Eso le decía la Tuta en la cocina a mi vieja por lo bajo, al lado de la cocina, meta mate y charla, en el segundo día de espera y sin noticias de El Hombre. Recuerdo vívidamente la pregunta de mamá camuflada de complicidad: -¿Y tu familia que dice?

    Al quinto día de estadía mis viejos comenzaron a sugerirle a la Tuta que tal vez le había surgido algún contratiempo. Ella insistía que volvería. No era que nos molestara su presencia, era el nerviosismo que tenía, las largas charlas que sometía a mamá en la orilla de la cocina buscando justificaciones de la tardanza.  La Tuta a estas alturas era un monumento a la espera, un monólogo de por qué el Ruben esta vez cuando suene el timbre estará tras esa puerta. La incomodidad de verle la cara cuando no era El Hombre el que llamaba por teléfono. El desagrado de su rictus cuando alguien sin querer le recordaba la cantidad de días que su visita se prolongaba. Lo cierto es que al décimo día mi viejo le compró un pasaje de ida a Tapalqué en el Tirsa y allí la dejamos, sentada en el asiento del micro rumbo a su vuelta.
    Nunca supe que fue de la vida de la Tuta Mandagarán.  Como tampoco llego a desentrañar qué fue exactamente lo que impactó tanto en la memoria de mis recuerdos. Los días convividos con ella, que tuve que prestarle mi cama, el verde de ese tapado, la espera, la eterna espera de esa mujer por El Hombre o la bolsa de hacer los mandados que  traía como única valija.                                                    

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