domingo, 5 de octubre de 2014

Cine: Último tango en París: Himno al duelo


Cine

EL MONTAJISTA

Ensayos y reflexiones sobre cine

Último tango en París

 

Himno al duelo

Por María Julieta Escayola

Ficha técnica:

Título: Last tango in Paris. Dirección: Bernardo Bertolucci. Producción: Alberto Grimaldi. Guión: Bernardo Bertolucci- Franco Arcalli. Música: Gato Barbieri. Fotografía: Vittorio Storaro. Protagonistas: Marlon Brando- María Schneider- Jean Pierre Léaud- Massimo Girotti- María Michi- Catherine Allegret. Italia- Francia, 1972.-

 

Es escaso lo que podamos decir sobre este film que ya no se haya dicho, ni debatido, polemizado, chismoseado, criticado, analizado o visto entre líneas. Por lo que fuera, esta película merece ser desmenuzada una vez más porque ha pasado a la inmortalidad.

La obra magistral de Bernardo Bertolucci despliega con todas sus alas un relato sentido, vívido, poético, tristón, nostálgico y tremendamente depresivo a la vez que bello en imágenes y sensualidad.

Esta es la historia de un duelo. ¿Cómo se reacciona ante la muerte trágica de un ser querido? De muchas formas y maneras. Hay una en particular: COMO SE PUEDE. Seguramente aquí debería haber una explicación más racional y psicológica del tránsito más penoso que se pueda experimentar en la vida, pero no disponemos de ella y traslucimos sólo lo irracional y animal.

Eso es lo que le pasa al personaje de Paul (Marlon Brando). En estas circunstancias conocerá de manera azarosa a Jeanne (María Schneider) y le “servirá” como catarsis de sus más oscuros sentimientos y pensamientos.

El relato nos habla del choque romántico entre dos seres necesitados de cariño y que no encuentran otra manera de hacerlo sino a través de visitas sexuales esporádicas en un viejo departamento en alquiler, en donde el mundo queda excluido para beneplácito de ambos y experimentan algo de satisfacción en medio de tanta angustia. Ella también, aunque no lo parezca. Su novio no calma sus inquietudes de niña camino a adulta y su vida transcurre entre demasiados recuerdos de un padre con el que todavía está procesando su propio duelo. Los dos entonces, transitan ese camino insoportable hacia la liberación que no llega.  

Estos seres arrojados al mundo, plenamente existencialistas, dotados de una sensibilidad que no se entiende, con el alma en la mano y el espíritu destrozado, se prodigan mimos al punto de enamorarse. Ninguno sabe el nombre del otro, y sin embargo se han apegado hasta la locura, la que se verá reflejada hacia el final.

La película es famosa por su escena tan polémica de la manteca. ¡Qué lástima que pasó al estrellato esta insignificante parte de la trama, cuando hay elementos representativos mucho más importantes que ese!  El sentimiento de soledad absoluta, la incomprensión de un mundo que obliga a comenzar de nuevo, una y otra vez, el duelo mal llevado, la tristeza infinita.

No sabemos aún si la mejor interpretación de Marlon Brando (1924- 2004) es la de Apocalypse now (Francis Ford Coppola, EEUU, 1979), la de El Padrino (Francis Ford Coppola, EEUU, 1972) o ésta. En todas es simplemente perfecta. Genial. No hay fisura alguna y el Paul de Brando es un hombre desilusionado y al que nada le encuentra sentido. Demasiado ya le ha pasado para que se pueda seguir adelante. Es sobrecogedora la escena del monólogo, quizás uno de los mejores monólogos de la historia del cine, y sobrecogedora también toda su actuación desde que se ha prendido la cámara hasta que se ha apagado. Pareciera incluso que Bertolucci se inspiró en su propia persona para perfilar a Paul, puesto que es un hombre que ya está cansado, ha tenido una infancia difícil, ha sido boxeador, actor, luchador, se ha retirado a Tahití y luego ha ido a parar a París en donde siente que vale nada. Por otra parte, se ha convertido en un hombre cruel: no tiene la más remota idea del daño que puede provocar mientras está experimentando su dolor, sobre todo hacia esa niña- mujer que acaba de conocer y que puede calar hondo en su interior.

María Schneider (1952- 2011) se ve joven, bien vestida y por momentos en escenas bien actuadas. Coloca su cuerpo y de alguna manera su alma. Es una película bien misógina en el sentido de mostrar al personaje femenino en desnudos totales mientras que en el masculino sólo se logra ver de lejos una cola a medias. Tal vez algunos dirán que es más bello el cuerpo femenino y eso hace a la belleza, blah, blah, blah. No nos convence el argumento. Esta ha sido una visión cosificada. De todas maneras le sirve al film absolutamente, puesto que la finalidad es mostrar la visión de Paul, que en esos momentos ve a los seres humanos como cosas.

La dirección de arte es impecable, con las imágenes más lindas de un París elegante pero ajeno y lejano al ciudadano. Ni que hablar de la fotografía y las composiciones, que, cual cuadro minuciosamente pintado, elaboran un panorama melancólico y bucólico al mismo tiempo.

La música merece una importante mención. El argentino Leandro “Gato” Barbieri (Rosario, 1932)  pasó a la historia con esta composición que merece tenerse en los mp3 o cualquier reproductor para ser escuchada una y otra vez. Su jazz es ese que arranca el corazón cuando uno escucha su saxo, el que nos recuerda a Coltrane o Sanders, pero también el que enfila hacia el futuro con fusiones del jazz típicamente negro (a lo bien New Orleans y que nos gusta tanto) y el jazz sudamericano. Para hurgar un poco más sobre este artista del carajo no tienen más que ir a youtube y encontrarse con este link, entre otros:
 
     Bernardo Bertolucci es un dotado en su toma y en lograr una atmósfera expresiva. Nació en Parma, Italia, el 16 de marzo de 1941. Estudiando en la Universidad de Roma se fue perfilando como poeta, al tiempo que filmaba cortos en 16 mm. con su hermano. Su primera incursión en el cine profesional fue de la mano del director Pier Paolo Passolini (1922- 1975) en el film Accatone (Italia, 1961), una decisiva influencia a la hora de filmar. Un año después se lanzaría solo en La commare secca. Los personajes de Bertolucci son complejos, reflexivos, taciturnos y solitarios, con presiones exógenas que los impulsan a ser más encriptados aún. El manejo de la profundidad de campo y de composición de la imagen es digno de mención.   

Por todo, la película es redondita. No hay en ella atisbos de error. Merece ser catalogada entre los himnos del cine. En este caso, un himno al duelo. Aquel que desgarra, mutila y aplasta. No sin antes permitirse un último deseo. Un último baile en la ciudad de las luces acompañado de ese impulso que nos da el eros, y que no es otra cosa que la vida misma.

 

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