jueves, 30 de octubre de 2014

Ficciones: Aquel zapatero


Ficciones

Aquel zapatero

Por María Guillermina Volonté

    Cada vez que me hacen un reportaje para alguna revista o suplemento literario, cada vez que leo una crítica sobre mi último libro publicado, o que recibo alguna mención especial por mis relatos, recuerdo a mi padre. ¿Cómo lo recuerdo? Siempre inclinado sobre ese trípode de acero donde instalaba los zapatos y con un martillo clavaba y clavaba hasta dejarlo en perfecto estado, él lo llamaba “su burro salvador”. Todavía hoy me parece percibir el olor a cuero, mezclado con el de  pegamento que utilizaba para su tarea. Porque mi padre, Santiago, era el zapatero remendón del pueblo.

    Nunca lo vi con un libro entre sus manos, a diferencia de Mariana, mi madre, maestra en la Escuela No. 1, que se sabía casi de memoria los clásicos de la literatura americana de los últimos años.

    Por eso grande fue mi sorpresa cuando luego que papá murió, me entregó una caja de zapatos que contenía decenas de poesías escritas por ese callado zapatero, que supo volcar en versos sus sentimientos:

 

“Yo era un hombre solo, que hacía el camino de la ruta inquieta.

Yo era un hombre solo que el camino andaba, un poco indolente y un poco poeta”… (*)

 

    Para luego declararle su amor a esa Mariana a la que, así, supo conquistar.

    Lo recuerdo y siento vergüenza de mí mismo, ya que muchas veces lo tildé de “zapatero bruto”… ¿Cómo no haber descubierto debajo de ese, su aspecto, tanta sensibilidad?

 

    Miro a Raúl, mi hijo, que a sus 14 años aún no ha perfilado sus inclinaciones y me preguntó qué pensaría aquel zapatero de este joven que solo se interesa por su computadora o por los mensajes de su celular. Que me mira con indiferencia cuando trato de sugerirle que deje esos jueguitos electrónicos y lea a Cortázar o a García Márquez.

 

    Ayer, recibí de sus manos un sobre con una leyenda, “Para mi papá Felipe”, ese sobre contenía un texto escrito con su letra aún de niño y, como cuando recibí la caja de zapatos de mi padre, sentí nuevamente el mismo asombro, la misma sorpresa:

 

“Tengo el alma sutilizada de tristezas,

una dulce, ignorada, pensativa tristeza,

que me llega quién sabe de qué abuelo lejano”… (*)

 

y no pude leer más, una extraña y húmeda nube me lo impedía…

 

(*) Versos de Miguel Ángel Volonté

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