Ficciones
Aquel zapatero
Por María
Guillermina Volonté
Cada
vez que me hacen un reportaje para alguna revista o suplemento literario, cada
vez que leo una crítica sobre mi último libro publicado, o que recibo alguna
mención especial por mis relatos, recuerdo a mi padre. ¿Cómo lo recuerdo?
Siempre inclinado sobre ese trípode de acero donde instalaba los zapatos y con
un martillo clavaba y clavaba hasta dejarlo en perfecto estado, él lo llamaba
“su burro salvador”. Todavía hoy me parece percibir el olor a cuero, mezclado
con el de pegamento que utilizaba para
su tarea. Porque mi padre, Santiago, era el zapatero remendón del pueblo.
Nunca lo vi con un libro entre sus manos, a
diferencia de Mariana, mi madre, maestra en la Escuela No. 1, que se sabía casi
de memoria los clásicos de la literatura americana de los últimos años.
Por eso grande fue mi sorpresa cuando luego
que papá murió, me entregó una caja de zapatos que contenía decenas de poesías
escritas por ese callado zapatero, que supo volcar en versos sus sentimientos:
“Yo era un hombre solo, que hacía el camino de la ruta
inquieta.
Yo era un hombre solo que el camino andaba, un poco
indolente y un poco poeta”… (*)
Para luego declararle su amor a esa Mariana
a la que, así, supo conquistar.
Lo recuerdo y siento vergüenza de mí mismo,
ya que muchas veces lo tildé de “zapatero bruto”… ¿Cómo no haber descubierto
debajo de ese, su aspecto, tanta sensibilidad?
Miro a Raúl, mi hijo, que a sus 14 años aún
no ha perfilado sus inclinaciones y me preguntó qué pensaría aquel zapatero de
este joven que solo se interesa por su computadora o por los mensajes de su
celular. Que me mira con indiferencia cuando trato de sugerirle que deje esos
jueguitos electrónicos y lea a Cortázar o a García Márquez.
Ayer, recibí de sus manos un sobre con una
leyenda, “Para mi papá Felipe”, ese sobre contenía un texto escrito con su
letra aún de niño y, como cuando recibí la caja de zapatos de mi padre, sentí
nuevamente el mismo asombro, la misma sorpresa:
“Tengo el alma sutilizada de tristezas,
una dulce, ignorada, pensativa tristeza,
que me llega quién sabe de qué abuelo lejano”… (*)
y no pude leer más,
una extraña y húmeda nube me lo impedía…
(*) Versos de Miguel Ángel Volonté
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