sábado, 11 de octubre de 2014

Ficciones: La plaza


Ficciones

LA PLAZA

 

Por María Julieta Escayola

La plaza de Alvear a la siesta queda adormilada por un murmullo de hojas. Deslizadas al ras del suelo. Es el sur, pero sigue siendo desierto. El niño de piel oscura y ojos curiosos juega despreocupado. Su cara ríe junto a un amigo. Más tarde se suman otros. Asoma una pizca de líder. Una manera entre vehemente y altanera. Cierto rencor que le domina las tripas por el juguete que perdió. No importa. Él lo va a recuperar pronto.

En un rapto de quietud, se queda mirando. La plaza. Está bonita. Qué lindo ir por ahí. ¿Todos los lugares tienen plaza? ¿Podría adornarse más? Es cálida. La plaza. Es contenedora.

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El joven la mira. La dejó atrás por unos años, junto con su pueblo. Pero ahora que la vuelve a ver, le sigue pareciendo bonita. Aquella que convoca, que saluda, que alberga al hombre que camina. Al taciturno. Al que necesita un poco de tranquilidad. A los grupos. A las reuniones. Le cuenta cosas a la plaza. Intimidades. Ya me recibí, ¿viste?  Vi muchas, en el Este, pero como vos, ninguna. Ahora me voy a la principal, a tu compañera, la quiero dejar linda, quiero que sea la más linda de todas.

Se va y llega acá. La mira, como sólo él las sabe mirar. Es más grande que la natal. Ve su fuente. El escudo. Recuerda entonces, que era por esto que quería volver. Anhelaba el paso cansino de sus vecinos. Quiere embellecerla. Tejerle un camino lleno de caminantes a su costado. Con mesas de cafecitos para que la honren. Con canteros. ¡Y una pérgola! ¡Qué bonita quedaría! Y al otro costado, una avenida de aquellas… Una peatonal al servicio de la plaza más bonita que ha visto.

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Hoy está preocupado. Piensa. ¿Por qué me atacan? ¡Cobardes! ¡Den la cara, carajo! Es verdad lo que yo digo. No se puede caminar por las calles. Necesito que estén limpias. Los manteles no quedan bien. ¡La contaminación, mierda! ¿No se entiende lo que digo? Esta es una ciudad en flor. Tiene que ser el emblema. El emblema.

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     Es joven pero ha quedado solo. De vuelta del funeral, el trabajo será a partir de ahora algo para aferrarse. Mis hijos comprenderán. El pucho. Mi compañero fiel. En momentos de desazón del alma, de emociones descontroladas, está bueno pensar en todo lo que hay que seguir haciendo. La Alameda. La plaza fundacional quedó espléndida. Voy por el Parque. Dueño absoluto del reloj de sol. De una Nave como extraterrestre. Una Nave Cultural. Tengo que dejar todo en orden. Hay que seguir haciendo. Ella me reclama.

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     La oficina está vacía. Se va de allí porque necesita respirar. Mañana volverá más firme. Se sienta en un banco del Barrio Cívico. Contempla el Palacio de Justicia a su costado. Enfrente, la Casa de Gobierno. Estuve cerquita. Los árboles. ¡Qué lindos! ¡Árboles en el desierto! Ellos hicieron alguna vez una hazaña. ¿Por qué yo no, algo más pequeño? Sonríe. Está solo. Le duele. Los recuerdos le vuelven, le fluyen, le brotan. La ciudad. Qué ingrata fue algunas veces. Pero cuántas satisfacciones por otro lado. Qué contradictoria, la vida. ¡Tiene tanto por hacer! Pero poco tiempo. Quedó linda la San Martín. Y ni que contar la Arístides. Y en el otro lado, el persa. ¿Está todo bien?

     Entrecierra los ojos, el sol pega alto. El sol de la siesta. El de la plaza. El de la plaza. ¿De acá, o de allá? No se acuerda. Tan sólo por un segundo, pero pasa. ¡Sí, ahora sí! Sabe con seguridad. La plaza de la ciudad maravillosa. 

     El Intendente está cansado, pero no es la hora aún. Cuántos recuerdos. De viejas peleas. De nuevos enfrentamientos. Esta vez con su cuerpo. Que sigue siendo joven, pero no sirve de nada. Y su esposa, su mujer, ¿dónde está? ¿Por qué no está con él? Se fue pronto. Tan joven. ¡Puta madre! La soledad lo acucia de a ratos. Pero no se lo puede permitir. La ciudad. Cierto, la ciudad. Sí, ella me espera, así como mi mujer. La plaza. Un legado más. Un último esfuerzo. Vamos por ahí. A seguir luchando, nomás.

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Y un día el Viti se fue a embellecer otra plaza, allá, en el cielo. Ahora no vuelve.

     Es hora del descanso. Lo único triste es que la ciudad se quedó huérfana.

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