sábado, 3 de enero de 2015

Ficciones: El asesino de mi amiga


Ficciones

EL ASESINO DE MI AMIGA

Por María Julieta Escayola

 

 
 

Publicado en el libro Las once miradas, Edición de las autoras, Mendoza, 2013, ISBN 978-987-9441-73-2

 

Los invitamos a leer más cuentos de esta antología compartida con las autoras mendocinas Graciela Marina Cremaschi, Mirta Porro, María Ester Correa, Carmen Minucci, Élida Vila, Mabel Acevedo, Patricia Santoni, Ángela Escobar, Lelia Núñez y Marian Romero Day.

 

Fue un orgullo estar con ellas en dicha publicación

 

    Vivía sola y tenía encuentros casuales con hombres de distintas edades. Subían la escalera de su casa y desde ahí empezaba el ritual de arrumacos y caricias prestadas por unos instantes.

    Me contaba sus encuentros. Yo era su confidente. Su conversación, minuciosa en los detalles. No le tenía miedo al pudor. Es más, creo que no tenía pudor.

    Todavía recuerdo su sonrisa. Tenía una particularidad física que sólo yo apreciaba. Era un diente más adelantado que el otro. Le daba un toque distinto. A toda otra mujer. Todavía recuerdo la boca roja, bien roja. El rimmel a la perfección. El perfume embriagador. Siempre. Los zapatos negros de taco aguja. La camisa impecable. La falda tubo. Le gustaba vestir de última moda. Con colores intensos. Vestir bien. Vestir bonita.

    Conmocionó al vecindario, a los medios y a la gente más allegada la noticia. Una de aquellas noches, el señor de turno le había disparado una sola vez directo al corazón. Como había hecho Favaloro cuando se suicidó. Bala certera, había cobrado la vida de mi amiga.

    No había indicios de violencia. Ella le había abierto la puerta a su ejecutor. Lo había hecho pasar. A aquel templo. A aquel hueco plagado de tentación. 

    Decidí hacer una marcha por ella. Me habían prometido que el crimen se iba a resolver y más de una vez tuve que ir a ruedas de reconocimiento, por si hubiera alguien que me resultara conocido. Pero no encontraron nada. Nunca. Y cada día se alejaba más la pista.

    Semanas antes me había explicado que era el momento. Que había encontrado a su “media naranja”. Era de hablar a la antigua. Ya era tiempo de “sentar cabeza” y no quería quedarse a “vestir santos”. El tipo era “un buen partido”. No estaba enamorada. Lo que podía describir era el placer. ¡Oh! ¡Sí! ¡El placer! Lo había experimentado toda su vida. Y le fascinaba. Pero el amor… no. Dudaba que existiera.

    Con el paso de los meses, ni la policía ni los investigadores  daban con el candidato en cuestión. Ni yo supe quién era a pesar de la historia que me había contado. Quería conocerlo.

    Intenté averiguar por mi cuenta. Pero todos los hombres que habían estado a su alrededor se habían alejado después de su muerte. Ni en el velorio aparecieron. Tampoco en el entierro. Ni un comentario en sus redes sociales. Nada. Así que la búsqueda se me hacía difícil.

    Cansado, un día me vestí con mi mejor traje y me pegué un tiro en la sien. Quería que fuera muy difícil ver mi cara. Dejé una nota para que les fuera fácil desentrañar el misterio. ¡Gente inútil che! ¡Las cosas que hay que hacer para que se den cuenta!

     Yo fui el señor de turno ese día. Pero no como hubiera querido. Ella me abrió, me sonrió y en ese instante quise eternizar su mirada. Así que le disparé. Todo pasó de prisa y de manera violenta. Cayó de espaldas. Los ojos abiertos. Alcancé a escuchar su estertor. Me quedé mirándola un rato largo.

     Con mis guantes de prevenido, esa noche me fui y no volví más.  

     Pensé que iba a experimentar algo de alivio después de matarla. Pero fue peor. ¿Que si ya estoy en paz? Traten de esclarecerlo, no puedo hacerlo todo yo.

     Acá está la confesión de un loco de amor. Aquí yace el asesino de mi amiga.

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