martes, 8 de julio de 2014

Cine: 2046: Un mundo de soledades compartidas


EL MONTAJISTA

Ensayos y reflexiones sobre cine

 

2046

 

 Un mundo de soledades compartidas:

Por María Julieta Escayola

Desde su traspaso en 1997, China prometió mantener a Hong Kong con dos sistemas conjuntos, con el mismo modelo político y económico que venía teniendo y como región administrativa independiente hasta 2047.

Partiendo de esta… ¿premisa? 2046 es el tren hacia los recuerdos, es una memoria inalterable en donde no hay permiso para el olvido. ¿Es preferible volver, no haberse ido nunca o no regresar? Lo cierto es que mientras intentamos descifrar el mensaje “subliminal” del título, nos vamos distrayendo con la historia (no obstante la lectura política puede llegar a ser fascinante).

Es así que nos dejamos llevar por la sensualidad y el romanticismo del film. Y decimos romanticismo en el más puro sentido del término.  Amor, desencuentros, fracasos y sufrimientos.

¿Acaso la atmósfera reflexiva cargada de sentimiento nostálgico sea tal vez el gancho de esta especial narración? De modo laberíntico, el guión atrapa y como la escalera de Penrose se eleva al infinito. En este sentido la película podría catalogarse de cortaziana por su preocupación sobre el tiempo. Tiempo que se va, tiempo que se fue, tiempo que no entiende de tiempos.

Preciosista y meticulosa, la presentación describe un mecanismo de relojería en donde nada está librado al azar. Partiendo de la leyenda de quien cuenta un secreto al hueco de un árbol y luego le coloca barro, se inicia esta catarata de confesiones amorosas que no terminan, convirtiendo al espectador en árbol mismo y receptáculo de verdaderas intimidades personales.

Las experiencias del protagonista devienen una y otra vez en sucesos repetidos de desilusiones amorosas. Amores rotos, como corresponde a todo romántico. Y así el relato coral, transita entre la historia del periodista Chow Mowan, la de su amiga muerta, las hijas del posadero, la vecina de cuarto, la misteriosa con su guante negro, la mujer casada, la simpática androide de efecto retardado (esto nos recuerda que cuando uno se da cuenta de algo ya es tarde) y el japonés existencialista. Cabe mencionarse que la vida amorosa del Sr. Chow fue contada anteriormente en las películas Days of Being Wild (Días Salvajes, 1991) e In the mood for love (Con ánimo de amar, 2000) y con esta tercera incursión se arma un potente tríptico sobre el inquieto personaje.

Los sintagmas están bastante definidos (sobre todo con referencia  a las tristes noches navideñas), y mientras se desenvuelve la trama en forma de flashback y flashforward combinados con la historia “escrita”, se permite descansar de cierto vértigo en la narración a través de los ideogramas chinos que nos introducen en la toma siguiente.

Durante todo el recorrido de este tren de emociones, nos encontramos con un show de vívidos colores y un espectáculo visual maravilloso nos espera para que lo degustemos con los ojos hambrientos de asombro.

Al director Wong Kar Wai (Shangai, China, 1958- ) le fascina todo lo que tenga que ver con la cámara ralentizada de una forma sugestiva y muy personal. También le gustan los colores monocromos y contrastantes, la saturación y la indefinición de imagen pero a la vez la profundidad de campo en donde hay foco por todas partes. No falta en su filmografía aquel traje tan oriental de cuello mao que ensalza la figura femenina y el acompañamiento con una música claramente occidental como los boleros. Esta fusión la resuelve de una forma sorprendente. Y es que él mismo pertenece a dos mundos un tanto diferentes y eso lo convierte en alguien interesante: habiendo nacido en China, comenzó a vivir desde sus cinco años en Hong Kong. Tarea un tanto complicada, empezando por el idioma, ya que mientras aprendía en mandarín, en Hong Kong se habla el cantonés.

Por otra parte es magistral su manejo de las tomas. Puede realizar un plano detalle de pies o manos mezclados con un plano medio en donde no se muestra al personaje pero se lo puede identificar claramente. Asimismo la regla de los tercios es utilizada como si fuera magia.

    Su filmografía no es apta para los amantes de la acción con patadas voladoras y bombas, y en las que una escena que uno pierda se asemeja a una mancha en el tigre. Acá hay que estar atentos. Las minucias a que nos expone el guión son el mayor atractivo. Hay que verla más de una vez, y de paso nos deleitamos más de una vez.

La dirección de arte es impecable. Debemos resaltar además, la composición de la imagen, la dirección de fotografía (del australiano Christopher Doyle, con el que siempre trabaja WKW), la iluminación surrealista, el vestuario y el maquillaje dignos de ejemplo.

 

La música elegida y la compuesta son realmente excepcionales.  La ópera correctamente colocada, como así también la rumba Siboney o el bolero Perfidia, más que conocidos en la época en que está ambientado el film, los inolvidables sesenta.

Como dijimos anteriormente, 2046 es un deleite al paladar visual. Desde su relato nos muestra que todo es cíclico o se diluye en el tiempo (tanto esfuerzo inútil para que todo quede en nada). “El amor es cuestión de coordinación: es inútil hallar a la persona adecuada si no es el momento adecuado”, dice Chow. Todos sufrimos un amor desencontrado o no correspondido. Y en definitiva todo se reduce a soledades compartidas.

     Bueno, al fin de cuentas qué tanta alharaca, no nos pongamos profundos, es sólo una película. El gran problema es que está bien hecha y en la penumbra oscura de la proyección corremos el riesgo que nos refleje nuestra pobre humanidad.

FICHA TÉCNICA:

Director: Wong Kar Wai

Producción: Eric Heumann- Wong Kar Wai- Zhang Yimou

Guión: Wong Kar Wai

Música: Shigeru Umebayashi

Fotografía: Christopher Doyle

Protagonistas: Tony Leung- Chiu Wai- Gong Li- Faye Wong- Takuya Kimura- Zhang Ziyi- Carina Lau- Chang Chen- Dong Jie- Maggie Cheung

China- EEUU- 2004
 

 

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