lunes, 28 de julio de 2014

Cine: Sleeping Beauty: Ruda, cruel y áspera entre la seda


EL MONTAJISTA

Ensayos y reflexiones sobre cine
 
Sleeping Beauty

 


 Ruda, cruel y áspera entre la seda
 

Por María Julieta Escayola

La ópera prima de la directora australiana Julia Leigh nos transporta a una realidad poco conocida a través de un relato áspero, crudo y desprovisto de todo atisbo de sentimentalismos. Además, en la forma de la narración se vislumbra cierta dosis de distinción y encanto, de sensualidad en medio de la perversidad y de erotismo en medio de la atrocidad. Es aquí, en esta perfecta mixtura, donde reside el verdadero acierto de Sleeping Beauty (La bella durmiente).

     Se trata de una particular visión sobre la prostitución en la que se pueden hacer distintas lecturas. Debemos aclarar, antes de seguir con nuestro análisis, que el tema no es la trata de personas, puesto que existe en esta historia una decisión autónoma para ejecutar ciertas actividades, sin presión ni intimidación, se puede renunciar en cualquier momento y su “madama” le aconseja al personaje principal que no tome este camino como una carrera, que sea transitorio y que utilice sabiamente el dinero que conseguirá en cada encuentro.

     Así desplegadas las cartas, la película desafiará al espectador con una toma de postura, sobre todo en aquellos que necesitan siempre rotular, indignarse o aprobar (incluso antes de todo tipo de reflexión). En este sentido habrá miradas condenatorias o angustiantes. Lo cierto es que el debate está instalado. Por esta razón es que consideramos adecuada la narrativa que nos lleva a algún tipo de profundidad en el razonamiento.  

    Lucy (muy bien interpretada por la actriz Emily Browning) es una joven que tiene varios trabajos “tradicionales” (entre los que se cuentan la oficina y el café) y algunos otros extraños, como cuando se somete a experimentos médicos. Desde este punto de vista, su mundo es gris, frío y rutinario. Vive con dos seres que aborrece y la aborrecen y de tanto en tanto sale a la noche a tomar alguna copa y alguna línea. Hay una referencia a una madre que no aparece nunca y que, en una primera impresión, sería mejor perderla que encontrarla. Estudia pero no se sabe bien qué, tampoco parece que le entusiasma mucho. En todos estos ámbitos se conduce igual: apática, con el mismo tono de voz, con la misma expresión, con su misma forma inalterable.

    Ante la contundente afirmación “mi vagina no es un templo”, se evidencian signos de que el personaje principal está abandonado a su propia suerte. Ni su vagina es un templo, ni sus relaciones son sanas, ni su vida es un ejemplo. Su tránsito por el mundo se asemeja más a una sala de espera en el médico (tediosa e intrascendente) que a un proyecto con objetivos claros.

    El único vínculo fuerte lo mantiene con su amigo que está muriendo, como factor clave en el entramado de relaciones. Las escenas en que aparece nos recuerdan aquella verdadera tesis sobre el alcoholismo que es Adiós a las Vegas (de Mike Figgis, EEUU, 1995).

    Es en este estado donde decide hacer un llamado telefónico y entrar en un mundo que le es ajeno. Después vendrá todo lo demás. Lo más iluminado de su vida será el oficio que eligió. Como en Belle de Jour (de Luis Buñuel, Francia, 1967) la protagonista encuentra allí una especie de respuesta a su vacío emocional.

    La obra retrata una relación con el cuerpo. El derecho al propio cuerpo como medio para lograr otros fines. El derecho al propio cuerpo mostrado en su máximo fundamentalismo. La determinación de usar y abusar de él para lo que sea, donde sea y sin importar mucho las consecuencias.

    El mundo de la profesión más antigua en clave vip es un mundo en el que se muestran las miserias humanas, donde se ventilan cuestiones más que privadas y se hablan temas como la vejez, el hartazgo, el aburrimiento, el suicidio, la agresión, la desilusión.

    Pero Lucy no logra calmar su falta de propósitos y comienza a sentir curiosidad. De allí hay un paso para el desenlace y la conclusión ¿final?

    La escasa música le da un toque hosco a la trama. Sólo se detectará de un modo relevante en el plano secuencia de la casa en el campo. Con ello se indica que habrá un giro en la historia. Un modo extremo de ejercer la profesionalización del sexo: Lucy sabe que no habrá penetración y sin embargo, es lo único de lo que tendrá conciencia.

     La fotografía es sutil. La dirección de arte también, casi que nos invita a dormir entre sábanas de seda y sin saber sobre aquello que nos circunda.

    Minimalista, cruel, ruda. Así es la película que eligió para comenzar su camino cinematográfico Julia Leigh, adaptando la novela corta “La casa de las bellas durmientes” del escritor japonés Yasunari Kawabata (Premio Nobel de Literatura, 1968) y en la que también se inspiró el mágico Gabo para escribir su libro “Memoria de mis putas tristes”.

    La sensibilidad literaria del solitario Kawabata es puesta a prueba en la cinta, desposeída de todo elemento emotivo y sin emitir juicio de valor alguno. Leigh sale airosa en esta experiencia y se perfila bien.

    Finalmente, debemos decir que la prostituta durmiente tiene encanto, es bella y apacible. Pero fuera de ese sueño deseoso se oculta una realidad difícil de digerir.

 
FICHA TÉCNICA:

Directora: Julia Leigh

Producción: Screen Australia- Magic Films- Deluxe Australia- Spectrum Films- Bigears production- Jane Campion- Jessica Brentnall

Guión: Julia Leigh, adaptado de la novela “La casa de las bellas durmientes” de Kawabata, 1961.

Edición: Nick Meyers

Protagonistas: Emily Browning (Lucy)- Rachael Blake (Clara)- Ewen Leslie (Birdmann)- Peter Carroll (hombre 1)- Chris Haywood (hombre 2)- Hugh Keays- Byrne (hombre 3)

Australia- 2011

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