Ficciones
Moradores inesperados
Por María
Guillermina Volonté
Este relato, donde se
mezcla realidad con ficción, recibió el 2º. Premio en el “Concurso Literario de
Cuentos Breves PEPAM 20 años”, convocado a raíz del 20º Aniversario del
Programa de Educación Permanente de Adultos Mayores (PEPAM), dependiente de la
UNLP, bajo el tema: experiencias reales o ficticias en el PEPAM.
Viernes, siete y media de la tarde. Los
últimos alumnos se están retirando y Hugo espera junto a la puerta para dejar
todo en orden y cerrar la antigua casona hasta el próximo lunes bien temprano,
cuando se reanude la actividad.
La oscuridad y el silencio reinan donde
hasta hace pocos minutos se escuchaban voces amigables, felices, contentas con
el resultado del taller o el curso compartido.
De pronto, una lucecita se enciende en el
fondo de la casa, detrás de la puerta de vidrios traslúcidos. Lentos pasos se
comienzan a escuchar y unas voces que avanzan por el pasillo nos indican que en
el PEPAM, ciertos moradores se desperezan de una inactividad obligada y
comienzan a cobrar vida.
El primero en aparecer es Don Remigio
Ochoa, hombre de edad indefinida, elegantemente trajeado, aunque a la usanza de
los años veinte, pantalón blanco, saco con gruesas rayas azules, chaleco sobre
la inmaculada camisa y un moño al tono, calza zapatos combinados en azul y
blanco, con polainas blancas. Completa su imagen un prolijo bigote y un
monóculo sobre el ojo derecho.
Avanza sonriente, mascullando en voz baja
su alegría por poder disfrutar de la paz de su casa durante el fin de semana,
esa casa hoy convertida en espacio educativo.
Don Remigio, hombre inteligente, dedicado
en su época al periodismo como corresponsal de prensa de un prestigioso
semanario de la región, que cubría noticias políticas de la Europa de entonces,
ahora se deleita con los avances tecnológicos del siglo XXI.
Por eso se dirige sin vacilar a la otrora
habitación de huéspedes, hoy Aula 3, donde lo espera una computadora que
aprendió a manejar, sin que la profesora lo percibiera, y que se convirtió en
el pasatiempo más agradable y apasionante de los fines de semana. Podrá
dedicarse a leer los diarios del mundo sin moverse de su casa y podrá comparar
lo sucedido en estos casi cien años transcurridos.
Mientras, Doña Mercedes Arriaga de Ochoa,
despliega su inspiración creativa sobre la tela, en la que fuera su cocina
muchos años atrás, hoy convertida en taller de pintura. Sonríe pensando en la
sorpresa que se llevará su bisnieto Julián, cuando encuentre ese bucólico
paisaje sin firma, ni autor, sobre la mesa del Aula 4, en la que enseña dibujo
y pintura.
Mercedes
siempre quiso ser una eximia pintora y exponer sus obras al público, pero la
época, la rigidez de las costumbres familiares y sus obligaciones como esposa y
madre de tres hijos, se lo impidieron. Hoy disfruta del beneficio que los
misterios de la eternidad le deparan.
La joven María Dolores, ataviada a la
última moda de “la belle epoque”, con un vestido de un suave estampado color
rosa, talle imperio y una falda apenas por encima de sus tobillos, luciendo su
rubio cabello con un corte garçon que deja su fresco rostro al descubierto, con
ese aire soñador que la caracteriza, sube velozmente la escalera que la lleva a
la biblioteca donde la esperan cientos de libros que le fascinan.
Ha descubierto a Cortázar y su Rayuela que la tiene deslumbrada, así
como a un tal José Saramago, que a través de su Claraboya le ha abierto un mundo desconocido para ella y aunque ha
escuchado hablar de Jorge Luis Borges, un joven que a su misma edad ya ha
escrito en algunas revistas editadas en Buenos Aires, nunca había leído Ficciones. Las Ruinas Circulares le
siguen provocando la misma sensación de sumergirse en un mundo tan fantástico
como el que ella siempre soñó. Espectadora omnisciente de los martes a la
tarde, a través de la profesora Moretti, aprendió a amar la literatura.
Cuando María Dolores se dispone a
interpretar la esencia de los célebres versos de El Golem, repitiendo mentalmente: “En las letras de rosa está la rosa y todo el Nilo en la palabra Nilo”,
Juan Francisco, el más pequeño de los Ochoa Arriaga, entra, como una tromba
desbocada, en la biblioteca en busca de una película.
-¡Una película!- no deja de repetir- ¡Qué
felicidad es tener el cine en casa y en colores!
Corre con la película entre sus manos por
el pasillo hasta el Aula 1, su antiguo salón-comedor y con un dejo melancólico,
recordando el elegante mobiliario de otras épocas, se deja caer en uno de los
bancos con pupitre y enciende el equipo para ver la proyección del film
elegido.
No se ha perdido ninguna de las clases
sobre cine que en distintos cursos se dictan, como “Estilo de autor”, “Lo que
el cine nos dejó” y tantos otros, que le permitieron convertirse en el experto
de la familia en lo que se refiere al manejo del equipamiento utilizado para
poder ver y disfrutar cada uno de los títulos de la filmoteca existente en esa,
su antigua casona, con este nuevo ritmo al que ya está habituado.
En tanto, María del Pilar, rescata de un
antiguo cofre en madera tallado, las últimas consignas que Facundo utilizó en
su taller de “Creación Literaria” y que quedaron sobre el escritorio del Aula
3. Busca el lugar más tranquilo de la casa para dedicarse a escribir, uno más
de los muchos relatos que volverá a guardar celosamente en el cofre tallado.
Relatos inéditos que aún no se atrevió a compartir ni con sus hermanos, ni con
sus padres y menos aún con el profesor, que a través de esos pequeños impresos
le inspira, para volcar en letras, palabras, frases… historias al fin, todos
sus sentimientos, escondidos detrás de esa timidez que es su principal
característica. ¿Se atreverá alguna vez?
Lunes temprano, ocho de la mañana. El PEPAM
lentamente recobra su ritmo habitual. Llegan los secretarios, llegan los
profesores, llegan los alumnos.
Nada extraño se advierte. Todo está en su
lugar.
Sólo Paula se sorprende al prender una de
las computadoras y leer en el escritorio de la misma una frase, que no por repetida
deja de ser auténtica: LO ESENCIAL ES
INVISIBLE A LOS OJOS…
Se sonríe, se pregunta cuál de sus alumnos
la habrá escrito en la última clase.
Casi la borra… pero no, algo la detiene…
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