sábado, 20 de diciembre de 2014

Ficciones: Moradores inesperados


Ficciones

Moradores inesperados

Por María Guillermina Volonté

Este relato, donde se mezcla realidad con ficción, recibió el 2º. Premio en el “Concurso Literario de Cuentos Breves PEPAM 20 años”, convocado a raíz del 20º Aniversario del Programa de Educación Permanente de Adultos Mayores (PEPAM), dependiente de la UNLP, bajo el tema: experiencias reales o ficticias en el PEPAM.

 

    Viernes, siete y media de la tarde. Los últimos alumnos se están retirando y Hugo espera junto a la puerta para dejar todo en orden y cerrar la antigua casona hasta el próximo lunes bien temprano, cuando se reanude la actividad.

 

    La oscuridad y el silencio reinan donde hasta hace pocos minutos se escuchaban voces amigables, felices, contentas con el resultado del taller o el curso compartido.

    De pronto, una lucecita se enciende en el fondo de la casa, detrás de la puerta de vidrios traslúcidos. Lentos pasos se comienzan a escuchar y unas voces que avanzan por el pasillo nos indican que en el PEPAM, ciertos moradores se desperezan de una inactividad obligada y comienzan a cobrar vida.

 

    El primero en aparecer es Don Remigio Ochoa, hombre de edad indefinida, elegantemente trajeado, aunque a la usanza de los años veinte, pantalón blanco, saco con gruesas rayas azules, chaleco sobre la inmaculada camisa y un moño al tono, calza zapatos combinados en azul y blanco, con polainas blancas. Completa su imagen un prolijo bigote y un monóculo sobre el ojo derecho.

    Avanza sonriente, mascullando en voz baja su alegría por poder disfrutar de la paz de su casa durante el fin de semana, esa casa hoy convertida en espacio educativo.

    Don Remigio, hombre inteligente, dedicado en su época al periodismo como corresponsal de prensa de un prestigioso semanario de la región, que cubría noticias políticas de la Europa de entonces, ahora se deleita con los avances tecnológicos del siglo XXI.

    Por eso se dirige sin vacilar a la otrora habitación de huéspedes, hoy Aula 3, donde lo espera una computadora que aprendió a manejar, sin que la profesora lo percibiera, y que se convirtió en el pasatiempo más agradable y apasionante de los fines de semana. Podrá dedicarse a leer los diarios del mundo sin moverse de su casa y podrá comparar lo sucedido en estos casi cien años transcurridos.

    Mientras, Doña Mercedes Arriaga de Ochoa, despliega su inspiración creativa sobre la tela, en la que fuera su cocina muchos años atrás, hoy convertida en taller de pintura. Sonríe pensando en la sorpresa que se llevará su bisnieto Julián, cuando encuentre ese bucólico paisaje sin firma, ni autor, sobre la mesa del Aula 4, en la que enseña dibujo y pintura.

Mercedes siempre quiso ser una eximia pintora y exponer sus obras al público, pero la época, la rigidez de las costumbres familiares y sus obligaciones como esposa y madre de tres hijos, se lo impidieron. Hoy disfruta del beneficio que los misterios de la eternidad le deparan.

    La joven María Dolores, ataviada a la última moda de “la belle epoque”, con un vestido de un suave estampado color rosa, talle imperio y una falda apenas por encima de sus tobillos, luciendo su rubio cabello con un corte garçon que deja su fresco rostro al descubierto, con ese aire soñador que la caracteriza, sube velozmente la escalera que la lleva a la biblioteca donde la esperan cientos de libros que le fascinan.

    Ha descubierto a Cortázar y su Rayuela que la tiene deslumbrada, así como a un tal José Saramago, que a través de su Claraboya le ha abierto un mundo desconocido para ella y aunque ha escuchado hablar de Jorge Luis Borges, un joven que a su misma edad ya ha escrito en algunas revistas editadas en Buenos Aires, nunca había leído Ficciones. Las Ruinas Circulares le siguen provocando la misma sensación de sumergirse en un mundo tan fantástico como el que ella siempre soñó. Espectadora omnisciente de los martes a la tarde, a través de la profesora Moretti, aprendió a amar la literatura.

    Cuando María Dolores se dispone a interpretar la esencia de los célebres versos de El Golem, repitiendo mentalmente: “En las letras de rosa está la rosa y todo el Nilo en la palabra Nilo”, Juan Francisco, el más pequeño de los Ochoa Arriaga, entra, como una tromba desbocada, en la biblioteca en busca de una película.

    -¡Una película!- no deja de repetir- ¡Qué felicidad es tener el cine en casa y en colores!

    Corre con la película entre sus manos por el pasillo hasta el Aula 1, su antiguo salón-comedor y con un dejo melancólico, recordando el elegante mobiliario de otras épocas, se deja caer en uno de los bancos con pupitre y enciende el equipo para ver la proyección del film elegido.

 

    No se ha perdido ninguna de las clases sobre cine que en distintos cursos se dictan, como “Estilo de autor”, “Lo que el cine nos dejó” y tantos otros, que le permitieron convertirse en el experto de la familia en lo que se refiere al manejo del equipamiento utilizado para poder ver y disfrutar cada uno de los títulos de la filmoteca existente en esa, su antigua casona, con este nuevo ritmo al que ya está habituado.

    En tanto, María del Pilar, rescata de un antiguo cofre en madera tallado, las últimas consignas que Facundo utilizó en su taller de “Creación Literaria” y que quedaron sobre el escritorio del Aula 3. Busca el lugar más tranquilo de la casa para dedicarse a escribir, uno más de los muchos relatos que volverá a guardar celosamente en el cofre tallado. Relatos inéditos que aún no se atrevió a compartir ni con sus hermanos, ni con sus padres y menos aún con el profesor, que a través de esos pequeños impresos le inspira, para volcar en letras, palabras, frases… historias al fin, todos sus sentimientos, escondidos detrás de esa timidez que es su principal característica. ¿Se atreverá alguna vez?

 

    Lunes temprano, ocho de la mañana. El PEPAM lentamente recobra su ritmo habitual. Llegan los secretarios, llegan los profesores, llegan los alumnos.

    Nada extraño se advierte. Todo está en su lugar.

    Sólo Paula se sorprende al prender una de las computadoras y leer en el escritorio de la misma una frase, que no por repetida deja de ser auténtica: LO ESENCIAL ES INVISIBLE A LOS OJOS…

    Se sonríe, se pregunta cuál de sus alumnos la habrá escrito en la última clase.

    Casi la borra… pero no, algo la detiene…

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