domingo, 24 de agosto de 2014

Ficciones: Elena y el otro lado del espejo


Ficciones

Elena y el otro lado del espejo

Por María Guillermina Volonté

 

Publicado en el libro "Historias de Vida", Antología Internacional 2014, Editorial Rosario, ISBN 978-987-3676-08-6.

 

    Recibió el vestido de manos de su madre, quien a su vez lo había recibido de la suya años antes. Un vestido de casamiento que las primogénitas de la familia utilizaban para llegar al altar, en un día que debía ser muy especial.

    Pero a Elena no le producía felicidad tal cosa, ya que había llegado a esta situación por imposición de su adusto progenitor.

    Sus veinte años no comprendían porqué debía unir su vida para siempre a la de ese señor que, por su edad, podría ser su padre. Era una decisión tomada únicamente por un interés externo a ella, a sus sueños, a sus anhelos futuros.

    Se quedó sola, se vistió sin entusiasmo y se miró al espejo que presidía la habitación de su madre, ese antiguo espejo de pie, con marco de madera tallada, cuyo origen se remontaba a épocas inmemoriales.

    El vestido le sentaba perfectamente, su negra cabellera resaltaba con el tono marfil del mismo, parecía confeccionado especialmente para ella, de un impecable encaje que ajustaba su frágil cintura con delicadeza, su amplia falda terminaba en una discreta cola.

    Se miró detenidamente al espejo mientras amargas lágrimas corrían por sus mejillas, se veía muy triste. Suavemente deslizó sus dedos por el reflejo de sus lágrimas en el espejo, el frío del mismo la estremeció y una sensación de caer en un abismo sin fin le recorrió el cuerpo.

    Esta mañana cuando desperté me sentí rara, como si no fuera yo, pero al mirar a mi alrededor y ver todas mis amadas pertenencias me tranquilicé.

    Debe haber influido la historia de mi tía abuela que me contó mi madre anoche, esa tía abuela de quién heredé su nombre: Elena.

    La curiosidad que me despertó su relato me impulsó a subir al desván donde busqué el famoso espejo, el del marco de madera tallada, y allí estaba, cubierto de polvo pero todavía en pie.

    Una extraña sensación como de caer en un abismo me invadió y cuando me miré en él fue como si ya lo hubiera hecho antes y vi una lágrima en mi mejilla. Fue raro, ya que cuando traté de secarla no encontré humedad alguna.

    Elena, ¿puedes bajar a desayunar?

    ¡Ya voy, mamá!

     Entré en mi habitación donde Elena se estaba probando su traje de novia y grande fue mi sorpresa cuando la encontré vacía. ¿Dónde estaría Elena?
    La busqué por toda la casa llamándola extrañada y un poco angustiada, pero solo encontré a Ernestina leyendo en la sala.
    Regresé a mi habitación y recién en ese momento me di cuenta que delante del espejo, en el piso, desfalleciente, estaba el vestido de novia de la abuela, pero Elena no aparecía por ningún lado.
    Luego de varias horas de búsqueda infructuosa me reuní, desesperada y entristecida, en la sala con Ernestina, que no entendía dónde estaba su hermana mayor, desaparecida justo el día de su casamiento.
    Nos abrazamos y así nos encontró su padre, al entrar con el vestido de novia en sus manos.
    Nos miró largamente en silencio, y clavando su fría mirada en Ernestina, le extendió el vestido diciéndole imperiosamente:

    ¡Pruébatelo!

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