Ficciones
Elena y el otro lado del espejo
Por María
Guillermina Volonté
Publicado en el libro "Historias de Vida", Antología Internacional 2014,
Editorial Rosario, ISBN 978-987-3676-08-6.
Recibió el vestido de manos de su madre,
quien a su vez lo había recibido de la suya años antes. Un vestido de
casamiento que las primogénitas de la familia utilizaban para llegar al altar,
en un día que debía ser muy especial.
Pero a Elena no le producía felicidad tal
cosa, ya que había llegado a esta situación por imposición de su adusto
progenitor.
Sus veinte años no comprendían porqué debía
unir su vida para siempre a la de ese señor que, por su edad, podría ser su
padre. Era una decisión tomada únicamente por un interés externo a ella, a sus
sueños, a sus anhelos futuros.
Se quedó sola, se vistió sin entusiasmo y
se miró al espejo que presidía la habitación de su madre, ese antiguo espejo de
pie, con marco de madera tallada, cuyo origen se remontaba a épocas
inmemoriales.
El
vestido le sentaba perfectamente, su negra cabellera resaltaba con el tono
marfil del mismo, parecía confeccionado especialmente para ella, de un
impecable encaje que ajustaba su frágil cintura con delicadeza, su amplia falda
terminaba en una discreta cola.
Se miró detenidamente al espejo mientras
amargas lágrimas corrían por sus mejillas, se veía muy triste. Suavemente
deslizó sus dedos por el reflejo de sus lágrimas en el espejo, el frío del
mismo la estremeció y una sensación de caer en un abismo sin fin le recorrió el
cuerpo.
Esta mañana cuando desperté me sentí rara,
como si no fuera yo, pero al mirar a mi alrededor y ver todas mis amadas
pertenencias me tranquilicé.
Debe haber influido la historia de mi tía
abuela que me contó mi madre anoche, esa tía abuela de quién heredé su nombre:
Elena.
La curiosidad que me despertó su relato me
impulsó a subir al desván donde busqué el famoso espejo, el del marco de madera
tallada, y allí estaba, cubierto de polvo pero todavía en pie.
Una extraña sensación como de caer en un
abismo me invadió y cuando me miré en él fue como si ya lo hubiera hecho antes
y vi una lágrima en mi mejilla. Fue raro, ya que cuando traté de secarla no
encontré humedad alguna.
Elena, ¿puedes bajar a desayunar?
¡Ya voy, mamá!
La busqué por toda la casa llamándola extrañada y un poco angustiada,
pero solo encontré a Ernestina leyendo en la sala.
Regresé a mi habitación y recién en ese momento me di cuenta que delante
del espejo, en el piso, desfalleciente, estaba el vestido de novia de la
abuela, pero Elena no aparecía por ningún lado.
Luego de varias horas de búsqueda infructuosa me reuní, desesperada y
entristecida, en la sala con Ernestina, que no entendía dónde estaba su hermana
mayor, desaparecida justo el día de su casamiento.
Nos abrazamos y así nos encontró su padre, al entrar con el vestido de
novia en sus manos.
Nos miró largamente en silencio, y clavando su fría mirada en Ernestina,
le extendió el vestido diciéndole imperiosamente:
¡Pruébatelo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario