sábado, 30 de agosto de 2014

Teatro: Parque Lezama: Monstruos en escena


Teatro

Parque Lezama

 

Monstruos en escena

Por María Julieta Escayola

FICHA TÉCNICA:

Título: Parque Lezama. Obra: Herb Gardner. Dirección y adaptación: Juan José Campanella. Intérpretes: Luis Brandoni- Eduardo Blanco. Marcela Guerty- Iván Espeche- Gabriel Gallicchio- Federico Llambi- Carla Pantanali. Producción general: Muriel Cabeza. Diseño de escenografía y vestuario: Cecilia Monti. Música: Emilio Kauderer. Diseño de luces: Félix Monti. Producción ejecutiva: Amelia Ferrari. Asistencia de dirección: Tati Rojas. Asistencia de producción: Vanina Catania. Asistencia de vestuario y escenografía: Karina Zabala Glocker. Asistencia de diseño de luces: Magdalena Ripa Alsina. Producida por: 100 bares producciones- Juan José Campanella- Camilo Antolini- Martino Zaidelis- Muriel Cabeza. Teatro Liceo, Buenos Aires, 2014.-

 

Con una puesta sólida y entretenida, Parque Lezama desarrolla su personal reflexión sobre la ancianidad a lo largo de sus casi dos horas y media.

El título hace referencia al lugar público (la historia en imágenes del Parque Lezama se cuenta al comienzo mediante una proyección) en que se juntan y en donde se muestran realidades diversas y cruentas. Allí, en un banco, se encuentran los protagonistas: Dos ancianos que requieren atención y cuidados, pero no los que uno cree que precisan, sino los que en forma personalísima ellos realmente necesitan.

Uno es vital. El otro más quedo. Uno es optimista. El otro tiene la resignación a cuestas. Uno es simpático. El otro hosco. Uno quiere hablar. El otro no tiene ganas que lo molesten. Uno tiene algunos achaques de “viejo”. El otro también. Es en este punto en que comienzan a encontrarse.  Verse como durante mucho tiempo nadie los ha podido ver en su totalidad y en el marco de las problemáticas propias de la edad.

Es así que de a poco van entablando una amistad basada en la seguridad que se tienen el uno en el otro por saberse iguales. De pasar las de Caín en algunos aspectos y de mostrarse enteramente sinceros cuando se habla de expectativas.

Lo bueno de la temática es que de a poco la sociedad se va abriendo cada vez más para mostrar esta etapa de la vida. Así como la película Amour (Michael Haneke, Francia- Austria- Alemania, 2012) la describe sin miramientos, en otros casos se representa desdramatizada y plena de esperanzas.  

Los actores elegidos para desempeñarse en el papel de estos muchachos (Luis Brandoni y Eduardo Blanco) son verdaderos monstruos a la hora de la actuación. La manejan de taquito y con una destreza en el escenario pocas veces vistas. Los gestos, las manías, los tics. Todo lo  han podido demostrar apenas se levanta el telón.

Luis Brandoni está muy canchero a la hora de elaborar su personaje del rebelde e indomable al que le gusta inventar fábulas a sus interlocutores hasta el punto del convencimiento. En otras palabras, es un chamuyero. En épocas de juventud fue fervoroso militante comunista, y no quiere resignarse a dejar de ser apasionado, a pesar de la sociedad que le dice que ya es hora del retiro. Por algunos momentos nos recuerda al personaje de China Zorrilla en la película Elsa y Fred (Marcos Carnevale, Argentina, 2005), entrañable visión de alguien que anhela aventuras. Su antítesis es su propia hija, que para ayudar no se le ocurren mejores cosas que proponerle actividades un tanto limitantes (aunque ella tiene las mejores intenciones). Así, se va desencadenando una problemática que se deja oír. Será él mismo quien la descubra sin tapujos cuando dice que a los viejos se les tiene miedo porque representan un espejo, la gente ve su propio futuro, y eso no gusta nada.

Eduardo Blanco merece párrafo aparte. Su interpretación es digna de mención, soberbia, apabullante. Despliega un compromiso corporal y una impostación en la voz rayana en la genialidad. Lo vemos todo el tiempo como un adulto de la tercera (o cuarta) edad. Es otra persona que se encarna en la piel de Blanco y no al revés. Éste es hosco y malhumorado. Sólo espera. No quiere que lo molesten y le gustan los rituales, rituales que serán totalmente descalabrados por su nuevo compañero de banco y deberá adaptarse a sus ocurrencias. A veces padecerlas.

La escenografía colorida y la iluminación más que correcta dan cuenta del tiempo que transcurre entre un diálogo y otro. Los tonos bien celestes al principio (la hora del día cenital), anaranjados crepusculares y finalmente el azul profundo de la noche, acompañados de las luces prendidas entre las plantas que recrean el ambiente de plaza, son un buen complemento a la hora de narrar.

Y así como van cambiando los colores y los momentos del día, van cambiando los personajes que desfilan por la pasarela del parque. Un runner, más tarde un dealer, su víctima y un joven patotero interactuarán con los personajes principales en un juego dramático que se nos presenta con toques netamente cómicos. Nos reímos para no llorar.

El elenco restante está correcto. Tal vez estén muy bien todos, pero el contraste con los dos protagonistas es tan grande que por ahí no se lucen como deberían. Igualmente estamos hablando de personajes más que secundarios. La verdadera trama se desarrolla en forma bien nítida alrededor de estos dos hombres que se complementan a la perfección.

La obra es fiel al estilo de dirección de Juan José Campanella. Presentación del conflicto, punto trágico, desdramatización con un remate oportuno y llamado a la reflexión. Contiene suspenso, ya que la obra es larga y sin embargo en ningún momento queremos que termine. Igualito a sus películas. Sale airoso en este nuevo desafío que se ha propuesto: El de dirigir teatro.

Juan José Campanella nació en Buenos Aires, Argentina,  el 19 de julio de 1959. Es uno de los referentes de la cinematografía argentina de los últimos tiempos. Estudió cine en el Grupo de Profesionales del Cine y la Universidad de Avellaneda y más tarde un Máster de Bellas Artes en la Universidad de Nueva York. En algunos casos ha sido catalogado de netamente comercial, mientras que en otros se considera el paladín de la perfecta mixtura entre arte e industria. Por lo que fuera, sus trabajos son indiscutibles: en cine, entre otros: El mismo amor, la misma lluvia (1999), Luna de Avellaneda (2004), El secreto de sus ojos (2009, Oscar Mejor película de habla no inglesa), Metegol (2013). En televisión, entre otros: Vientos de agua (2006), El hombre de tu vida (2011-2012).

En esta oportunidad adapta de forma magistral la obra Yo no soy Rappaport (I’m not Rappaport), del comediógrafo Herb Gardner (1934-2003), quien se ganó un importante reconocimiento en Broadway. En la original, se narra el encuentro cotidiano de dos hombres de mayor edad, uno de raza blanca y otro de raza negra en el Central Park de Nueva York. Las actuaciones en aquella oportunidad eran de Judd Hirsch y Cleavon Little. La pieza fue merecedora del premio Tony en la temporada 1986. Más tarde la puesta llegaría al cine de la mano de Walter Matthau y Ossie Davis (Yo no soy Rappaport, Herb Gardner, EEUU, 1996).

 

Tragicómica, sensible, entretenida, divertida, la primera incursión en teatro de Campanella lleva su sello. De todas maneras, nos quedamos con una sensación que, cualquier marca que haga será arrasada con total justicia por los dos grandes que tenemos en frente y que representan a los dos viejos más locos, aventureros y tiernos del nuevo milenio.

 

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