Teatro
Parque Lezama
Monstruos
en escena
Por María
Julieta Escayola
FICHA TÉCNICA:
Título: Parque
Lezama. Obra: Herb Gardner. Dirección y adaptación: Juan José
Campanella. Intérpretes: Luis
Brandoni- Eduardo Blanco. Marcela Guerty- Iván Espeche- Gabriel Gallicchio-
Federico Llambi- Carla Pantanali. Producción
general: Muriel Cabeza. Diseño de
escenografía y vestuario: Cecilia Monti. Música: Emilio Kauderer. Diseño
de luces: Félix Monti. Producción
ejecutiva: Amelia Ferrari. Asistencia
de dirección: Tati Rojas. Asistencia
de producción: Vanina Catania. Asistencia
de vestuario y escenografía: Karina Zabala Glocker. Asistencia de diseño de luces: Magdalena Ripa Alsina. Producida por: 100 bares producciones-
Juan José Campanella- Camilo Antolini- Martino Zaidelis- Muriel Cabeza. Teatro Liceo, Buenos Aires, 2014.-
Con una puesta sólida y entretenida,
Parque Lezama desarrolla su personal
reflexión sobre la ancianidad a lo largo de sus casi dos horas y media.
El título hace referencia al lugar
público (la historia en imágenes del Parque Lezama se cuenta al comienzo
mediante una proyección) en que se juntan y en donde se muestran realidades
diversas y cruentas. Allí, en un banco, se encuentran los protagonistas: Dos
ancianos que requieren atención y cuidados, pero no los que uno cree que
precisan, sino los que en forma personalísima ellos realmente necesitan.
Uno es vital. El otro más quedo. Uno
es optimista. El otro tiene la resignación a cuestas. Uno es simpático. El otro
hosco. Uno quiere hablar. El otro no tiene ganas que lo molesten. Uno tiene
algunos achaques de “viejo”. El otro también. Es en este punto en que comienzan
a encontrarse. Verse como durante mucho
tiempo nadie los ha podido ver en su
totalidad y en el marco de las problemáticas propias de la edad.
Es así que de a poco van entablando
una amistad basada en la seguridad que se tienen el uno en el otro por saberse
iguales. De pasar las de Caín en
algunos aspectos y de mostrarse enteramente sinceros cuando se habla de
expectativas.
Lo bueno de la temática es que de a
poco la sociedad se va abriendo cada vez más para mostrar esta etapa de la
vida. Así como la película Amour (Michael
Haneke, Francia- Austria- Alemania, 2012) la describe sin miramientos, en otros
casos se representa desdramatizada y plena de esperanzas.
Los actores elegidos para
desempeñarse en el papel de estos muchachos (Luis Brandoni y Eduardo Blanco) son
verdaderos monstruos a la hora de la actuación. La manejan de taquito y con una
destreza en el escenario pocas veces vistas. Los gestos, las manías, los tics. Todo
lo han podido demostrar apenas se
levanta el telón.
Luis Brandoni está muy canchero a la
hora de elaborar su personaje del rebelde e indomable al que le gusta inventar
fábulas a sus interlocutores hasta el punto del convencimiento. En otras
palabras, es un chamuyero. En épocas
de juventud fue fervoroso militante comunista, y no quiere resignarse a dejar
de ser apasionado, a pesar de la sociedad que le dice que ya es hora del
retiro. Por algunos momentos nos recuerda al personaje de China Zorrilla en la
película Elsa y Fred (Marcos
Carnevale, Argentina, 2005), entrañable visión de alguien que anhela aventuras.
Su antítesis es su propia hija, que para ayudar no se le ocurren mejores cosas
que proponerle actividades un tanto limitantes (aunque ella tiene las mejores
intenciones). Así, se va desencadenando una problemática que se deja oír. Será él
mismo quien la descubra sin tapujos cuando dice que a los viejos se les tiene miedo porque representan un espejo, la
gente ve su propio futuro, y eso no gusta nada.
Eduardo Blanco merece párrafo
aparte. Su interpretación es digna de mención, soberbia, apabullante. Despliega
un compromiso corporal y una impostación en la voz rayana en la genialidad. Lo
vemos todo el tiempo como un adulto de la tercera (o cuarta) edad. Es otra
persona que se encarna en la piel de Blanco y no al revés. Éste es hosco y
malhumorado. Sólo espera. No quiere que lo molesten y le gustan los rituales,
rituales que serán totalmente descalabrados por su nuevo compañero de banco y deberá
adaptarse a sus ocurrencias. A veces padecerlas.
La escenografía colorida y la
iluminación más que correcta dan cuenta del tiempo que transcurre entre un
diálogo y otro. Los tonos bien celestes al principio (la hora del día cenital),
anaranjados crepusculares y finalmente el azul profundo de la noche, acompañados
de las luces prendidas entre las plantas que recrean el ambiente de plaza, son
un buen complemento a la hora de narrar.
Y así como van cambiando los colores
y los momentos del día, van cambiando los personajes que desfilan por la
pasarela del parque. Un runner, más
tarde un dealer, su víctima y un
joven patotero interactuarán con los personajes principales en un juego
dramático que se nos presenta con toques netamente cómicos. Nos reímos para no
llorar.
El elenco restante está correcto.
Tal vez estén muy bien todos, pero el contraste con los dos protagonistas es
tan grande que por ahí no se lucen como deberían. Igualmente estamos hablando
de personajes más que secundarios. La verdadera trama se desarrolla en forma
bien nítida alrededor de estos dos hombres que se complementan a la perfección.
La obra es fiel al estilo de
dirección de Juan José Campanella. Presentación del conflicto, punto trágico,
desdramatización con un remate oportuno y llamado a la reflexión. Contiene
suspenso, ya que la obra es larga y sin embargo en ningún momento queremos que
termine. Igualito a sus películas. Sale airoso en este nuevo desafío que se ha
propuesto: El de dirigir teatro.
Juan José Campanella nació en Buenos
Aires, Argentina, el 19 de julio de
1959. Es uno de los referentes de la cinematografía argentina de los últimos
tiempos. Estudió cine en el Grupo de Profesionales del Cine y la Universidad de
Avellaneda y más tarde un Máster de Bellas Artes en la Universidad de Nueva
York. En algunos casos ha sido catalogado de netamente comercial, mientras que
en otros se considera el paladín de la perfecta mixtura entre arte e industria.
Por lo que fuera, sus trabajos son indiscutibles: en cine, entre otros: El mismo amor, la misma lluvia (1999), Luna de Avellaneda (2004), El secreto de sus ojos (2009, Oscar
Mejor película de habla no inglesa),
Metegol (2013). En televisión, entre otros: Vientos de agua (2006), El
hombre de tu vida (2011-2012).
En
esta oportunidad adapta de forma magistral la obra Yo no soy Rappaport (I’m not
Rappaport), del comediógrafo Herb Gardner (1934-2003), quien se ganó un
importante reconocimiento en Broadway. En la original, se narra el encuentro
cotidiano de dos hombres de mayor edad, uno de raza blanca y otro de raza negra
en el Central Park de Nueva York. Las actuaciones en aquella oportunidad eran
de Judd Hirsch y Cleavon Little. La pieza fue merecedora del premio Tony en la
temporada 1986. Más tarde la puesta llegaría al cine de la mano de Walter
Matthau y Ossie Davis (Yo no soy
Rappaport, Herb Gardner, EEUU, 1996).
Tragicómica, sensible, entretenida,
divertida, la primera incursión en teatro de Campanella lleva su sello. De
todas maneras, nos quedamos con una sensación que, cualquier marca que haga
será arrasada con total justicia por los dos grandes que tenemos en frente y
que representan a los dos viejos más locos, aventureros y tiernos del nuevo
milenio.
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