Realidades
y relatos
La luz
Por María
Guillermina Volonté
Existió un
período en nuestro país que nos marcó para siempre. Fue una época donde reinó
la impunidad total. Vivíamos desprotegidos, pensando que en cualquier momento
“algo” nos pasaría, aunque no existiera motivo alguno para que así ocurriera,
aunque tuviéramos la seguridad de que no habíamos cometido ningún acto que así
lo indicara. El “por algo será” se escuchaba en voz baja y aunque supiéramos
que no había ninguna causa, igual nos invadía el terror por perder nuestros
derechos ya que éramos conscientes que imperaba la falta de justicia.
“Únicamente la
democracia es capaz de preservar a un pueblo de semejante horror, sólo ella
puede mantener y salvar los sagrados y esenciales derechos de la criatura
humana”
Del prólogo del
“Nunca Más”
Había
perdido la noción del tiempo. Ya no sabía si llevaba horas o días en esa
situación, en esa posición, amarrado a la silla, escuchando esa voz sin rostro,
ronca, autoritaria, voz de fumador, que solo me gritaba: “¡Nombre!”, “¿Conocés a Ramírez?”, “¡Hablá!”…
Yo trataba de imaginar cómo sería el lugar
donde estaba, de vislumbrar al sujeto que me interrogaba, pero todo era en
vano, una potente luz me lo impedía.
Aun cerrando los ojos esa impiadosa luz me
atravesaba los párpados y ya no me dejaba ni razonar. Era tanto mi cansancio…
¿Cómo sería la lámpara que producía tan
potente energía? Hacía juegos mentales sólo para alejarme de la realidad y
evitar preguntarme una y otra vez: “¿por
qué yo?”, “¿qué hago acá?”
Me la figuraba verde… quizás solo porque el
último color que vi, antes que me pusieran la capucha, fue el verde del auto
dentro del cual me tiraron.
Cuando recobré la conciencia ya tenía la
luz enceguecedora frente a mí.
También me ideaba la forma de la lámpara,
con un brazo extensible y móvil, ya que cuando giraba la cabeza para escaparle,
la luz me seguía…
Intentaba generar una hipótesis sobre el
porqué de todo esto. Buscaba frenéticamente en mi memoria por el tal Ramírez, ¡pero
nada!
Revivía los últimos días, recordando cada
uno de los que se acercaron a mí en la facultad, ¡pero nada!
Repasaba los nombres de amigos y compañeros
de mi pueblo y no encontraba ningún Ramírez.
Les gritaba que se habían equivocado conmigo,
pero el fumador seguía con lo mismo: “¿quién
es Ramírez?”, “¿de dónde lo conocés?”
Y la luz…Esa luz que me estaba quemando la mente.
“¡Por favor que termine esto de una buena vez!”, repetía mentalmente.
De pronto, como si me hubiera escuchado, la
voz dio la orden: “No hay caso, ya saben
lo que tienen que hacer”.
Y la luz, dejó de ser luz…
Y una infinita negrura, me encerró para
siempre…
No hay comentarios:
Publicar un comentario