Ficciones
Todo el tiempo del mundo…
Por María
Guillermina Volonté
“Todo lo de arriba se corresponde
admirablemente con lo de abajo.”
Robert Kirk, ms. Dc. 8.116
Thomas
Scott se despidió del representante inmobiliario que lo había acompañado, cerró
la puerta de su nuevo hogar y se dejó caer sobre el sillón más próximo,
observando satisfecho a su alrededor.
Se sentía como en un sueño cumplido,
treinta años viviendo en la inmensa casa paterna con su numerosa familia:
padres, seis hermanos mayores, dos abuelas protectoras, tres cuñadas
indiscretas y cinco revoltosos sobrinos, había sido demasiado para él.
Ahora, verse en esa antigua y elegante casa
en esa pequeña ciudad de Escocia, próxima a Glasgow, en donde lo esperaba una
nueva ocupación en una empresa informática, que se había hecho cargo de la
renta, tanto de la casa como del auto estacionado en la acera, era
verdaderamente un sueño.
Se dispuso a acomodar sus pocas
pertenencias, pero antes pensó en buscar un lugar seguro donde guardar los
ahorros de los últimos años.
Recorrió toda la casa, apreciando la
decoración y las comodidades de la misma, se sentía feliz…
Dentro del placard de su habitación
descubrió un pequeño botón disimulado entre los estantes del mismo.
La curiosidad lo llevó a pulsarlo y grande
fue su sorpresa cuando se abrió un compartimento en cuyo interior había una
antigua llave de bronce.
Más intrigado aún decidió encontrar la
cerradura de esa misteriosa llave, así fue como en una esquina de la cocina, no
demasiado a la vista de un distraído, encontró una pequeña puerta de madera que
respondió perfectamente a la llave insertada en su cerradura. Una larga
escalera descendía hacia una enorme habitación con sus paredes cubiertas de
estanterías hasta el techo, repletas de libros, otra puerta comunicaba a una
recámara y a otras varias habitaciones. Más grande fue todavía su sorpresa al
encontrarse con un hermoso jardín donde el intenso perfume de sus flores lo
comenzó a embriagar.
-
¡¡Bienvenido
a la Comunidad Secreta de Aberfoyle!! - lo recibió sonriente y amablemente un
señor de unos 70 años que le extendía alegremente su mano derecha - ¡¡Hace ya
treinta años que lo espero!! Ud., como yo, es otro afortunado poseedor de la
“segunda visión”, capacidad de percibir a los pequeños seres que habitan esta
comunidad subterránea, a quienes los escoceses llaman elfos, faunos, hadas o
gnomos.
Thomas estaba tan perplejo que apenas podía
articular palabra alguna.
-
¿“Segunda
visión”? ¿Elfos? ¿De qué me está hablando? ¿Quién es Ud.?
-
Mi
nombre es Walter Briggs y como le comenté, hace treinta años que habito esta
comunidad, esperando la llegada de mi sucesor: ¡¡Usted!! No fueron tantos años
si los comparamos con los cien que esperó mi antecesor… pero… ¿nunca escuchó hablar
del Reverendo Robert Kirk? Fue el primero que, allá por 1692, descubrió este
poder que se le concede a un séptimo hijo, como yo o como Ud., de poseer esta
superación evolutiva de la vista ordinaria y este don de comunicarse con estos
seres. ¡Ya verá lo amables y serviciales que son y las virtudes y capacidades
que le transmitirán!
-
¡¡¡No!!!
¡¡No!! ¡Yo no quiero nada de eso! ¡¡Yo quiero volver a mis tareas
informáticas!! - gritaba Thomas, pero a su vez iba notando una falta de
capacidad de reacción motora, como si estuviera paralizado.
-
No
se preocupe, amigo, ya recuperará la movilidad en cuanto yo me haya ido… Y
mientras se alejaba le gritó: Ojalá que el próximo séptimo hijo no tarde
demasiado, así podrá volver rápidamente a su famosa informática… a propósito:
¿qué es la informática?...
Aberfoyle, 2012
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