Ficciones
Un
secreto muy bien guardado
Por María Guillermina Volonté
Llegó con una compañía de teatro vocacional que
actuaría en el Cine-Teatro Marconi, con motivo del centenario del pueblo.
Y no se fue más.
Decidió quedarse a vivir allí, lugar
tranquilo, de agradable clima, de gente amable y por sobre todo que no la
conocían, que no podrían juzgarla…
Comenzó dando clases de teatro en el Club
Social y con el paso del tiempo y con la colaboración de sus alumnos creó la
“Compañía de Teatro Azulena Bustamante”, que cada seis meses estrenaban una
obra, siempre en el Marconi.
Era buena actriz, los mejores papeles que
representaba eran los de mujeres autoritarias, crueles, egoístas y envidiosas.
La Bernarda, de “La casa de Bernarda Alba”, le salía de maravilla.
La gente del pueblo la apreciaba y le
respetaba esa hermética actitud de mantenerse alejada, de no incorporarse al
corrillo social del lugar, vivía para su arte, sus alumnos, sus obras de
teatro.
No se le conocían amigas y menos amigos,
pretendientes o amantes, y eso que con sus 47 años aún era atractiva, con una
mirada altiva y desafiante siempre.
Por eso, sorprendió a todos su suicidio. La
noticia se convirtió en el único tema de conversación en los distintos ámbitos
del pueblo.
Al no tener familia todo lo concerniente a
su velorio y posterior sepelio corrió por cuenta de sus alumnos.
Cuando el dueño de la casa que Azulena
alquilaba tomó coraje para entrar en ella a ordenarla y dejarla habitable
nuevamente, no tuvo más remedio que revisar las pertenencias que allí había
dejado la extinta actriz.
Y así fue como encontró una carta que
indudablemente Azulena nunca envió y que comenzaba con un “Mi vida”… y donde
confesaba su amor, un amor desdichado, prohibido, inolvidable a pesar de la
distancia y del tiempo transcurrido.
Azulena explicaba en esa póstuma carta que
inútiles habían sido sus intentos para olvidar, refugiándose en el teatro y en
ese lejano pueblito. Que su amor era más fuerte y que no le quedaba más opción
que eliminarlo, eliminándose a sí misma,
terminando la carta con un “de amor también se muere, mi amada Celina”…
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